miércoles, 25 de octubre de 2017

Lerner, Delia (2003). Leer y escribir en la escuela. Reimpresión. Fondo de Cultura Económica. México, D.F. CAPÍTULO 2 Para transformar la enseñanza de la lectura y la escritura

Lerner, Delia (2003). Leer y escribir en la escuela. Reimpresión. Fondo de Cultura Económica. México, D.F.

CAPÍTULO 2
Para transformar la enseñanza de la lectura y la escritura
Leer, escribir, evocar... Un texto evoca otros textos, un título evoca otros títulos.
No desalentarse -es el consejo del poeta-, persistir en el intento, renovar los esfuerzos una y otra vez... Apelar a todas las herramientas necesarias para hacer realidad un propósito que es difícil alcanzar pero hacia el cual es imprescindible encaminarse.
¿CUÁL ES EL DESAFÍO?
El desafío es formar practicantes de la lectura y la escritura y ya no sólo sujetos que puedan "descifrar" el sistema de escritura. Es formar lectores que sabrán elegir el material escrito adecuado para buscar la solución de problemas que deben enfrentar. Es formar seres humanos críticos, capaces de leer entre líneas y de asumir una posición propia frente a la sostenida explícita o implícitamente por los autores de los textos con los que interactúa.
El desafío es formar personas deseosas de adentrarse en los otros mundos posibles que la literatura nos ofrece, dispuestas a identificarse con lo parecido o solidarizarse con lo diferente y capaces de apreciar la calidad literaria. Asumir este desafío significa abandonar las actividades mecánicas y desprovistas de sentido que llevan a los niños a alejarse de la lectura. Por considerarla una mera obligación escolar, significa también incorporar situaciones donde leer determinados materiales resulte imprescindible para el desarrollo de los proyectos que se estén llevando a cabo o bien produzca el placer que es inherente al contacto con textos verdaderos y valiosos.
El desafío orientar las acciones hacia la formación de escritores, de personas que sepan comunicarse por escrito con los demás y consigo mismos, en vez de continuar "fabricando sujetos" cuasiágrafos, para quienes la escritura es suficientemente ajena como para recurrir a ella sólo en última instancia y después de haber agotado todos los medios para evadir tal obligación.
El desafío es lograr que los alumnos lleguen a ser productores de lengua escrita conscientes de la pertinencia e importancia de emitir cierto tipo de mensaje en el marco de determinado tipo de situación social, en vez de entrenarse únicamente como "copistas» que reproducen -sin un propósito propio - lo escrito por otros o como receptores de dictado, cuya finalidad -también ajena- se reduce a la evaluación por parte del docente. El desafío es lograr que los niños manejen con eficacia los diferentes escritos que circulan en la sociedad cuya utilización es necesaria o enriquecedora para a la vida personal, laboral, académica), en vez de hacerse, expertos en ese género exclusivamente escolar que se denomina “composición” o "redacción”.
El desafío es lograr que la escritura deje de ser en la escuela sólo un objeto de evaluación para constituirse realmente en un objeto de enseñanza, es hacer posible que todos los alumnos se apropien de la escritura y la pongan en práctica sabiendo -por experiencia, no por transmisión verbal- que es un largo y complejo proceso constituirlo por operaciones recursivas de planificación, textualización y revisión es así como se irá abriendo el camino para que este conocimiento deje de ser patrimonio exclusivo de algunos privilegiados que tienen la oportunidad de adquirirlo fuera de la escuela mientras otros continúan creyendo lo que la presentación escolar de la escritura puede llevar a creer: que es posible producir un texto cuando comienza la hora de clase y terminarlo cuando suena el timbre, que es posible comenzar a escribir apenas se ha definido el tema que será objeto del texto, que la escritura ha concluido cuando se ha puesto el punto final en la primera versión, que le corresponde a otro -al docente no al autor- hacerse cargo de la revisión.
El desafío es promover el descubrimiento y la utilización de la escritura como instrumento de reflexión sobre el propio pensamiento, como recurso insustituible para organizar y reorganizar el propio conocimiento, en lugar de mantener a los, alumnos en la creencia de que la escritura es sólo un medio para reproducir pasivamente o para resumir -pero sin reinterpretar- el pensamiento de otros.
El desafío es, en suma, combatir la discriminación que la escuela opera actualmente no sólo cuando genera el fracaso explícito de aquellos que no logra alfabetizar, sino también cuando impide a los otros –a los que aparentemente no fracasan- llegar a ser lectores y productores de textos competentes y autónomos. El desafío que debemos enfrentar quienes estamos comprometidos con la institución escolar es combatir la discriminación desde el interior de la escuela; es aunar nuestros esfuerzos para alfabetizar a todos los alumnos, para asegurar que todos tengan oportunidades de apropiarse de la lectura y la escritura como herramientas esenciales de progreso cognoscitivo y de crecimiento personal.
EN LA ESCUELA, ¿ES FACTIBLE EL CAMBIO?
Los desafíos planteados implican un cambio profundo. Llevarlo a la práctica no será fácil para la escuela. Las reformas educativas suelen tropezar con fuertes resistencias.
La institución escolar sufre una verdadera tensión entre dos polos contradictorios: la rutina repetitiva y la moda. Al mismo tiempo que la tradición- opera como un factor suficiente para justificar la adecuación de contenidos y métodos, suelen aparecer y difundirse en el sistema escolar "innovaciones que no siempre están claramente fundamentadas. Como suele ocurrir con la moda, en muchos casos estas innovaciones se adoptan no porque representen algún progreso sobre lo anterior, sino simplemente porque son novedades.
Cuando estábamos escribiendo “El aprendizaje de la lengua escrita en la escuela (1992)”, decidimos dedicar un capítulo a analizar y rebatir la denominación de nuevo enfoque que solía atribuirse en Venezuela a nuestra propuesta didáctica.
Esta denominación nos preocupaba, ya que aludía a la novedad por la novedad misma. ¿Corría nuestra propuesta el riesgo de convertirse en una moda más? Transformarla en una moda podría ser una manera de aniquilarla, de reducirla a los elementos asimilables por el sistema escolar sin que éste se viera obligado a operar modificación alguna sobre sí mismo.
Mostramos entonces que la perspectiva planteada marcaba una clara continuidad con posiciones didácticas anteriores –y en ese sentido podían detectarse en ella muchos elementos "viejos" - y mostramos también que efectivamente había elementos nuevos, elementos cuyo valor no se derivaba de su novedad sino de la validez de las investigaciones recientes de las que eran producto. La revisión cuidadosa de la obra de, entre otros, Dewey, Kilpatrick, Decroly y Freinet, surtió un doble y contradictorio efecto: por una parte, permitió tomar clara conciencia de lo difícil que resulta introducir un cambio en la escuela, al constatar que ciertas ideas educativas fundamentales se están planteando desde hace más de un siglo y que, sin embargo, sólo han dado lugar a experiencias restringidas, pero no han logrado incidir para nada en el sistema escolar global; por otra parte, fue posible constatar que, a nivel de las ideas didácticas, se estaban produciendo importantes progresos, ya que los aportes recientes permitían en algunos casos completar y en otros desechar en forma contundente los planteamientos anteriores.
La innovación tiene sentido cuando forma parte de la historia del conocimiento pedagógico, cuando al mismo tiempo retoma y supera lo anteriormente producido. Sin embargo, las innovaciones que en efecto suponen un progreso respecto a la práctica educativa vigente tienen serias dificultades para Instalarse en el sistema escolar; en cambio, suelen adquirir fuerza pequeñas "innovaciones" que permiten alimentar la ilusión de que algo ha cambiado, "innovaciones" que son pasajeras y serán pronto remplazadas por otras que tampoco afectarán lo esencial del funcionamiento didáctico.
Al referirse a la relación entre este "innovacionismo" y el avance del conocimiento científico en el campo didáctico, Y. Chevallard (1982) señala:
La novedad no es interesante como tal y no puede ser buscada por sí misma [ ... ] Históricamente, la innovación como valor y como ideología ha obstaculizado el desarrollo de la investigación. [ ... ] Se observa así que la ideología de la innovación tiende a encerrar al estudio del sistema educativo en una terrible lógica, en un implacable determinismo: la innovación como valor ideológico sólo puede tomar impulso porque la ausencia de una historia científica en el dominio de la educación deja libre curso a todas las pretensiones (y entre ellas a algunas imposturas, ya que el innovador se autoriza a sí mismo); inversamente, el peso de la obsesión innovadora en las conciencias y en las prácticas impide que se constituya el hecho educativo en objeto de un saber progresivo.
Se genera así una especie de círculo vicioso: la ausencia de historia científica hace posible el innovacionismo, y el innovacionismo obstaculiza la construcción de una historia científica. Para mantener este innovacionismo permanente, es necesario mostrar siempre el fracaso de la innovación anterior:
La innovación -señala G. Brousseau (1991)- no permite nunca extraer lecciones útiles de las experiencias que no cesa de provocar y, por lo tanto, no puede aportar nada a la didáctica. [ ... ] La constatación de fracaso es necesaria para el automantenimiento de la innovación, pero, ¿es ineluctable el propio fracaso? No, creo que a través de estas innovaciones -por otro lado, fuertemente cíclicas- el progreso camina pese a todo, pero sus posibilidades de acción son muy limitadas. En efecto, para difundirse con suficiente velocidad, una innovación necesita el ritmo que sólo los procesos de la moda pueden permitirle. Para permitir ese ritmo, hace falta que las innovaciones no afecten a nada esencial en las partes profundas de las prácticas de los enseñantes [ ... ).
Es importante entonces distinguir las propuestas de cambio que son producto de la búsqueda rigurosa de soluciones a los graves problemas educativos que confrontamos de aquellas que pertenecen al dominio de la moda. Las primeras tienen en general mucha dificultad para expandirse en el sistema educativo porque afectan el núcleo de la práctica didáctica vigente, las segundas -aunque son pasajeras- se irradian fácilmente porque se refieren a aspectos superficiales y muy parciales de la acción docente.
La reproducción acrítica de la tradición y la adopción también acrítica de modas -tanto más adoptables cuanto menor es la profundidad de los cambios que proponen- son dos riesgos constantes para la educación, son obstáculos fuertes para la producción de verdaderos cambios. Y si estos cambios profundos se refieren -como en nuestro caso- a la enseñanza de la lectura y la escritura, la resistencia del sistema escolar se agiganta: no sólo estamos cuestionando el núcleo de la práctica didáctica, revisamos también la forma en que la escuela ha concebido tradicionalmente su misión alfabetizadora, esa misión que está en las raíces de su función social.
Ahora bien, ¿cómo hacer -en el marco de este panorama poco alentador- para contribuir a producir y generalizar un cambio en la concepción de la enseñanza de la lectura y la escritura, ese cambio que, según creemos, haría posible que todos los que acceden a la escuela lleguen a ser lectores y escritores competentes y autónomos?
LA CAPACITACIÓN: CONDICIÓN NECESARIA PERO NO SUFICIENTE PARA EL CAMBIO EN LA PROPUESTA DIDÁCTICA
Si la actualización siempre es necesaria para todo profesional, lo es aún más en el caso de los docentes latinoamericanos de hoy. Esta afirmación se sustenta en razones muy diversas: el cambio radical de perspectiva que ha tenido lugar en los últimos veinte años en relación con la alfabetización no ha tenido suficiente eco en las instituciones formadoras de maestros, la función social del docente está sufriendo un proceso de desvalorización sin precedentes, el acceso a libros y revistas especializadas es difícil -dada la situación económica de nuestros países y, en particular, el deplorable panorama laboral de los educadores-, los maestros tienen muy pocos espacios propios para la discusión de su tarea...
Ahora bien, la capacitación está lejos de ser la panacea universal que tanto nos gustaría descubrir.
Nuestra experiencia coincide completamente con la de M. Nemirovsky (I 988), quien señala:
Hubo una etapa (muy prolongada) en mi propio desarrollo profesional, en la cual al afianzar cada acción de capacitación de maestros consideraba que había logrado mi propósito y que desde ese día a todos y a cada uno de los maestros con quienes había trabajado se les había develado la verdad, por lo cual su trabajo cotidiano sufriría una transformación radical. A medida que acumulo mayor experiencia en la realización de acciones de capacitación de maestros, busco encontrar formas para disminuir mi nivel de expectativas porque sé que todo aquello que Intento que el maestro asuma está en contradicción no sólo con lo que estudió en la etapa de formación profesional, sino con su historia como alumno y las creencias avaladas socialmente respecto a cómo se aprende.
La dificultad para lograr que los maestros hagan suyos los aportes científicos sobre la lectura y la escritura y sobre el sujeto que aprende no debe ser atribuida a una simple resistencia individual, ya que esta dificultad hunde sus raíces en el funcionamiento institucional. La escuela estampa su marca indeleble sobre todo lo que ocurre dentro de ella: hay mecanismos inherentes a la institución escolar que operan al margen o incluso en contra de la voluntad consciente de los docentes. No bastará entonces con capacitar a los docentes, resultará imprescindible también estudiar cuáles son las condiciones institucionales para el cambio, cuáles son los aspectos de nuestra propuesta que tienen más posibilidades de ser acogidos por la escuela y cuáles requieren la construcción de esquemas previos, para poder ser asimilados. Dicho de otro modo, será necesario renunciar al voluntarismo que suele caracterizar a los que propulsamos cambios, habrá que reconocer que el objeto que queremos modificar -el sistema de enseñanza- existe independientemente de nosotros y tiene leyes propias.
En tal sentido Chevallard (1985), al reflexionar sobre la constitución de la didáctica de la matemática como ciencia, señala:
Escribir es una tarea difícil para los adultos -aun para aquellos que lo hacen habitualmente-; sin embargo, se espera que los niños escriban en forma rápida y fluida... Leer es una actividad orientada por propósitos -desde buscar una información necesaria para resolver un problema práctico hasta internarse en el mundo creado por un escritor-, pero éstos suelen quedar relegados en el ámbito escolar, donde se lee sólo para aprender a leer y se escribe sólo para aprender a escribir...
La versión escolar de la lectura y la escritura parece atentar contra el sentido común. ¿Por qué y para qué enseñar algo tan diferente de lo que los niños tendrán que usar luego) fuera de la escuela?
Durante mucho tiempo, atribuimos esta deformación sólo a la concepción conductista del aprendizaje que impera en la escuela. Sin embargo, la obra de Chevallard (1985) nos permitió encontrar una nueva y esclarecedora respuesta para esas viejas preguntas y, sobre todo, nos permitió descubrir otra dimensión del problema.
En efecto, conocer el fenómeno de transposición didáctica -puesto en evidencia por Chevallard en el marco de su trabajo en Didáctica de la Matemática- permitió tomar conciencia de que la distancia entre el objeto de conocimiento que existe fuera de la escuela y el objeto que es realmente enseñado en la escuela está muy lejos de ser privativa de la lectura y la escritura, es un fenómeno general que afecta a todos aquellos saberes que ingresan en la escuela para ser enseñados y aprendidos.
El saber -ha mostrado Chevallard- adquiere sentidos diferentes en diferentes instituciones, funciona de un modo en la institución que lo produce y de otro en la institución encargada de comunicarlo. No es lo mismo aprender algo -a leer y escribir, por ejemplo- en la institución escuela o en la institución familia. Todo saber, toda competencia, están modelados por el aquí y ahora de la situación institucional en la que se producen.
La escuela tiene la finalidad de comunicar a las nuevas generaciones el conocimiento elaborado por la sociedad. Para hacer realidad este propósito, el objeto de conocimiento -el saber científico o las prácticas sociales que se intenta comunicar- se convierte en objeto de enseñanza. Al transformarse en objeto de enseñanza, el saber o la práctica a enseñar se modifican: es necesario seleccionar algunas cuestiones en vez de otras, es necesario privilegiar ciertos aspectos, hay que distribuir las acciones en el tiempo, hay que determinar una forma de organizar los contenidos. La necesidad de comunicar el conocimiento lleva a modificarlo.
La presión del tiempo es uno de los fenómenos que, en la institución escolar, marca en forma decisiva el tratamiento de los contenidos. El conocimiento se va distribuyendo a través del tiempo, y esta distribución hace que adquiera características particulares, diferentes de las del objeto original. La graduación del conocimiento lleva a la parcelación del objeto. Ya Comenio afirmaba: "La ley de todas las criaturas es partir de cero y elevarse gradualmente. El educador debe avanzar paso a paso en todos los terrenos [ ... ] Una sola cosa a la vez. Una sola cosa sobre la cual se pasará todo el tiempo necesario".

En aras de la graduación, tiempo y conocimiento se confunden.
La organización del tiempo didáctico -señala Chevallard (1984)- se apoya sobre la materia a enseñar, se identifica con la organización del saber, según una dialéctica de la descomposición y la recomposición. Se constituye una pedagogía analítica que descompone hasta en sus elementos más simples la materia a enseñar, que jerarquiza en grados cada fase del proceso.

Las consecuencias de la graduación en el caso de la enseñanza de la lengua escrita son bien conocidas: en un comienzo lectura mecánica (?) y sólo más tarde lectura comprensiva; las letras o sílabas se presentan en forma estrictamente secuenciada y -por supuesto- antes que la palabra que la oración, que el texto; los alumnos deben comprender "literalmente" el texto antes de hacer una interpretación propia de él y mucho antes de poder hacer una lectura crítica. Tanto la lengua escrita como la práctica de la lectura y la escritura se vuelven fragmentarias, son desmenuzadas de tal modo que pierden su identidad.
Fragmentar así los objetos a enseñar permite alimentar dos ilusiones muy arraigadas en la tradición escolar: eludir la complejidad de los objetos de conocimiento reduciéndolos a sus elementos más simples y ejercer un control estricto sobre el aprendizaje. Lamentablemente, la simplificación hace desaparecer el objeto que se pretende enseñar y el control de la reproducción de las partes nada dice sobre la comprensión que los niños tienen de la lengua escrita ni sobre sus posibilidades como intérpretes y productores de textos.
Ahora bien, la transposición didáctica es inevitable, pero debe ser rigurosamente controlada. Es inevitable porque el propósito de la escuela es comunicar el saber, porque la intención de enseñanza hace que el objeto no pueda aparecer exactamente de la misma forma ni ser utilizado de la misma manera que cuando esta intención no existe, porque las situaciones que se plantean deben tener en cuenta los conocimientos previos de los niños que se están apropiando del objeto en 1 cuestión. Debe ser rigurosamente controlada porque la transformación del objeto -de la lengua escrita y de las actividades de lectura y escritura, en nuestro caso- tendría que restringirse a aquellas modificaciones que, en efecto, son inevitables. Dado que el objetivo final de la enseñanza es que el alumno pueda hacer funcionar lo aprendido fuera de la escuela, en situaciones que ya no serán didácticas, será necesario mantener una vigilancia epistemológica que garantice una semejanza fundamental entre lo que se enseña y el objeto o práctica social que se pretende que los alumnos aprendan. La versión escolar en la lectura y la escritura no debe apartarse demasiado de la versión social no escolar.
El control de la transposición didáctica no puede ser una responsabilidad exclusiva de cada maestro. Es responsabilidad de los gobiernos hacer posible la participación de la comunidad científica en esta tarea y es responsabilidad de la comunidad científica expedirse sobre la pertinencia de los "recortes" que se hacen al seleccionar contenidos; quienes diseñan los curricula deben tener como preocupación prioritaria, al formular objetivos, contenidos, actividades y formas de evaluación, que éstos no desvirtúen la naturaleza de los objetos de conocimiento que se pretende comunicar; el equipo directivo y docente de cada institución, al establecer acuerdos sobre los contenidos y formas de trabajo en los diferentes grados o ciclos, debe evaluar las propuestas en función de su adecuación a la naturaleza y al funcionamiento cultural -extraescolar- del saber que se intenta enseñar. Es responsabilidad de cada maestro prever actividades e intervenciones que favorezcan la presencia en el aula del objeto de conocimiento tal como ha sido socialmente producido, así como reflexionar sobre su práctica y efectuar las rectificaciones que resulten necesarias y posibles.

ACERCA DEL "CONTRATO DIDÁCTICO"
El concepto de "contrato didáctico" elaborado por Brousseau (1986) contribuye a dar cuenta de estos hechos. Al analizar las interacciones entre maestros y alumnos acerca de los contenidos, puede postularse que todo sucede como si esas interacciones respondieran a un contrato implícito, como si las atribuciones que el maestro y los alumnos tienen en relación con el saber estuvieran distribuidas de una manera determinada, como si cada uno de los participantes en la relación didáctica tuviera ciertas responsabilidades y no otras respecto a los contenidos trabajados, como si se hubiera ido tejiendo y arraigando en la institución escolar un interjuego de expectativas recíprocas ... Ese "contrato" implícito preexiste a los contratantes y, por supuesto, a las personas concretas que están en la institución; es muy eficaz a pesar de no haber sido explicitado y sólo se pone en evidencia cuando es transgredido.
Aprender en la escuela -ha señalado E. Rockwell (1982)- es sobre todo [ ... ] aprender "usos" de los objetos escolares, entre ellos de la lengua escrita [ ... ]. El sistema de usos escolares deriva algunas de sus reglas o contenidos implícitos de su inserción en la estructura de relaciones sociales que caracteriza a la institución, que le otorga autoridad al docente [ ... ). Es por este hecho que no se trata de un problema de métodos o conocimientos del docente. Sólo en este contexto institucional y social más amplio puede comprenderse la tendencia a la asimetría entre maestros y alumnos en la producción e interpretación de textos.
Los efectos de esta asimetría institucionalmente determinada se entienden mejor cuando, después de haber analizado diversos registros de clase donde maestro y alumnos están leyendo textos de ciencias naturales o sociales -es decir, de clases donde la lectura se utiliza como instrumento para aprender otros contenidos y donde el docente no se propone explícitamente objetivos referidos al aprendizaje de la lectura-, la autora hace notar que el tipo de relación establecida entre docentes y alumnos imprime características específicas al proceso de comprensión de lo que se lee:
Ahora bien, un aspecto esencial que Brousseau subraya al definir la noción de "contrato" es que éste compromete no sólo al maestro y a los alumnos sino también al saber, ya que este último -lo hemos visto al analizar la transposición sufre modificaciones al ser comunicado, al ingresar en la relación didáctica. La distribución de derechos y responsabilidades entre el docente y los alumnos adquiere características específicas en relación con cada contenido. La "cláusula" referida a la interpretación de textos parece establecer -según nos sugieren las observaciones de Rockwell- que el derecho a dictaminar sobre la validez de la interpretación es privativo del maestro, que la autoridad institucional de la que está investido lo exime de esgrimir argumentos o señalar datos en el texto que avalen su interpretación -lo que no impide, por supuesto, que los maestros que así lo deseen puedan hacerlo- y que los alumnos -hayan sido convencidos o no- tienen la obligación de renunciar a sus propias interpretaciones a favor de la del docente.
¿Qué efectos producirá esta distribución de derechos y obligaciones en la formación de los niños como lectores? Si la validez de la interpretación debe ser siempre establecida por la autoridad, ¿cómo harán luego los niños para llegar a ser lectores independientes?; si no se aprende a buscar en la información visual provista por el texto datos que confirmen o refuten la interpretación realizada -no hace falta buscarlos, puesto que es el docente quien determina la validez-, ¿cómo podrán luego los niños autocontrolar sus propias interpretaciones?; si no se aprende a coordinar diferentes puntos de vista sobre un texto -tampoco esto es necesario cuando el punto de vista autorizado se presenta como indiscutible y como el único posible-, ¿dónde y cómo tendrán oportunidad los alumnos de descubrir que la discusión con los otros permite llegar a una mayor objetividad en la comprensión de lo que se lee?; si el alumno no tiene derecho en la escuela a actuar como un lector reflexivo y crítico, ¿cuál será la institución social que le permita formarse como tal?

En él está en juego la doble autoridad del maestro. La "autoridad" de quien "sabe más" y por lo tanto puede aportar más al texto y la "autoridad" institucional que asume frente a los alumnos. Los niños, dentro de esta relación asimétrica, entran en un doble proceso, en el mejor de los casos, de tratar de interpretar el texto y a la vez tratar de "interpretar" lo que entiende y solicita el maestro. En este sentido la relación social característica de la escuela estructura el proceso de interpretación del texto que se enseña a los alumnos.
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Pero además, si el derecho a elegir los textos que se leen es también privativo del maestro, ¿cómo elaborará el alumno criterios para seleccionar en el futuro su propio material de lectura?; si el alumno tiene la obligación de atenerse estrictamente a la información visual provista por el texto, si no tiene derecho a muestrear de esa información sólo aquellos elementos imprescindibles para corroborar o refutar su anticipación, si tampoco tiene derecho a saltear lo que no entiende o lo que le aburre o a volver atrás cuando detecta una incongruencia en lo que ha interpretado; si el alumno no conserva ninguno de estos derechos elementales de cualquier lector, ¿cuál será entonces la institución social que le ofrezca la oportunidad de aprender a leer?
Si, por otra parte, el alumno tiene la obligación de escribir directamente la versión final de los pocos textos que elabora, si no tiene derecho a borrar, ni a tachar ni a hacer borradores sucesivos, si tampoco tiene derecho a revisar y corregir lo que ha escrito porque la función de corrección es desempeñada exclusivamente por el maestro, entonces ¿cómo podrá llegar a ser un practicante autónomo y competente de la escritura?
Queda evidenciada así la flagrante contradicción que existe entre la manera en que se distribuyen en la institución escolar los derechos y obligaciones que maestro y alumnos tienen respecto a la lengua escrita y los propósitos explícitos que esa misma institución se plantea en relación con la formación de lectores y productores de texto. Si de verdad se pretende tender hacia el logro de estos propósitos, habrá que revisar esa distribución, habrá que dar a conocer -no sólo a los docentes sino a toda la comunidad-los efectos que produce en las posibilidades de formar lectores y escritores, habrá que crear en la escuela ámbitos de discusión para elaborar posibles vías de transformación, habrá que analizar la posibilidad de levantar la barrera tajante que separa las atribuciones del docente de las del alumno para tender hacia derechos más compartidos, habrá que ir elaborando el "contrato" que responda mejor a la necesidad de formar lectores y escritores competentes.
Es responsabilidad de quienes trabajamos en el campo de la investigación didáctica aportar elementos que permitan conocer mejor las "reglas" implícitas en las interacciones entre maestros y alumnos acerca de la lengua escrita, así como estudiar cuáles son las modificaciones deseables y factibles y, cuando efectivamente se producen modificaciones, analizar cuáles son los efectos que producen. Es responsabilidad de los organismos rectores de la educación, así como de los especialistas en diseño curricular y en análisis institucional, tener en cuenta los datos ya aportados por la investigación para evaluar sus propuestas a la luz de los efectos que producirán en el "contrato didáctico" referido a la lengua escrita y, por ende, en las posibilidades de que la escuela contribuya de manera efectiva a la formación de lectores y productores de texto. Es responsabilidad de los formadores y capacitadores de docentes crear situaciones que permitan a estudiantes y maestros comprender la contradicción aquí planteada y asumir una posición superadora. Es responsabilidad de todas las instituciones y personas que tengan acceso a los medios de comunicación informar a la comunidad, y en particular a los padres, sobre los derechos que los alumnos deben conservar en la escuela para poder formarlos como practicantes autónomos de la lengua escrita.

HERRAMIENTAS PARA TRANSFORMAR LA ENSEÑANZA
Tal como lo ha mostrado el análisis precedente, la capacitación en servicio no es condición suficiente para producir los cambios profundos que la propuesta didáctica vigente requiere. Es necesario también introducir modificaciones en el currículum y en la organización institucional, crear conciencia a nivel de la opinión pública y desarrollar la investigación en el campo de la didáctica de la lectura y la escritura. Es necesario asimismo replantear las bases de la formación de los docentes y promover la jerarquización social de su función.
En primer lugar, en lo que se refiere al currículum, además de controlar -como ya se dijo- la transposición didáctica, de cuidar que el objeto presentado en la escuela conserve las características esenciales que tiene fuera de ella y de velar por que las actividades y las intervenciones que eventualmente se sugieren al docente hagan posible la formación de lectores y escritores competentes en vez de obstaculizarla, deben tenerse en cuenta -entre otras- las siguientes cuestiones:
1. La necesidad de establecer objetivos por ciclo en vez de establecerlos por grado, no sólo porque esto disminuye el riesgo de fracaso explícito en el aprendizaje de la lectura y la escritura, sino también porque permite elevar la calidad de la alfabetización: al atenuar la tiranía del tiempo didáctico, se hace posible evitar -o por lo menos reducir al mínimo-la fragmentación de conocimiento y abordar entonces el objeto de conocimiento en toda su complejidad. Maestros y alumnos pueden así dedicar el tiempo necesario para leer verdaderos libros, para trabajar sobre diferentes tipos de texto, para discutir las diversas interpretaciones posibles de cada uno, para emprender la producción de textos cuya elaboración requiere de un proceso más o menos prolongado; hay tiempo para cometer errores, para reflexionar sobre ellos y para rectificarlos; hay tiempo para avanzar realmente hacia el dominio de la lengua escrita.
2. La importancia de acordar a los objetivos generales prioridad absoluta sobre los objetivos específicos. Dado la acción educativa debe estar permanentemente orientada por los propósitos esenciales que le dan sentido, es necesario evitar que éstos queden ocultos tras una larga lista de objetivos específicos que en muchos casos están desconectados tanto entre SI como de los objetivos generales de los que deberían depender.
Cada objetivo específico -y por supuesto también cada contenido, estrategia metodológica, actividad o forma de evaluación que se proponga- debe ser rigurosamente analizado en función de su consistencia con los propósitos básicos que se persiguen, consistencia que debe estar claramente explicitada en el documento curricular. Preguntas como "¿cuál es el objetivo general que este objetivo específico (o este contenido, estrategia, etc.) permite cumplir?" y" ¿se corre el riesgo de que transmita algún metamensaje que no resulte coherente con lo que nos proponemos?" deberían orientar el análisis evaluativo de todas y cada una de las propuestas que se hacen en el currículum. Se evitaría así la aparición en el documento curricular de incongruencias tan frecuentes como peligrosas: haber planteado, por ejemplo, como objetivo general que los niños acrecienten su competencia lingüística y comunicativa y, al mismo tiempo, formular como objetivo específico la descripción detallada de personas y objetos presentes en el aula, sin estipular ninguna condición para la realización de las actividades correspondientes. El cumplimiento del objetivo específico obstaculiza aquí el desarrollo del objetivo general: como la descripción resultará superflua desde el punto de vista de la comunicación, ya que el objeto que se describe está a la vista de todos, no surgirá la necesidad de buscar los recursos lingüísticos más adecuados para lograr que los destinatarios puedan imaginarlo -necesidad que estaría en primer plano, en cambio, si el objeto a describir fuera al mismo tiempo desconocido por los oyentes o lectores y valorado por el productor del mensaje-o algo similar ocurre con objetivos como "leer en voz alta en forma fluida" o "leer con entonación correcta" cuando aparecen desconectados del propósito fundamental de formar lectores y dan lugar a situaciones de lectura oral repetitiva que, además de no cumplir ninguna función desde el punto de vista de la comprensión del texto ni desde el punto de vista comunicativo, alejan a los niños de la lectura porque la muestran como actividad tediosa y carente de sentido.
3. La necesidad de evitar el establecimiento de una correspondencia término a término entre objetivos y actividades, correspondencia que lleva indefectiblemente a la parcelación de la lengua escrita y a la fragmentación indebida de actos tan complejos como la lectura y la escritura.

Es aconsejable introducir en el currículum la idea de que una situación didáctica cumple en general diferentes objetivos específicos, al menos cuando esa situación ha sido diseñada teniendo en cuenta los objetivos generales. Por ejemplo, una situación de lectura dramatizada de un cuento -dirigida a grabar un caset que otros escucharán o a hacer una función pública de "teatro leído" - permite trabajar tanto sobre la comprensión del significado del texto como sobre la entonación más adecuada para comunicar los sentimientos de los personajes, desarrollar el lenguaje oral así como avanzar en el aprendizaje de las convenciones propias de la lengua escrita, hace posible a la vez explicitar una argumentación (cuando los niños justifican sus diferentes interpretaciones del texto) y utilizar un lenguaje descriptivo (cuando planifican la escenografía que prepararán para ambientar la dramatización) ...
4. La necesidad de superar la tradicional separación entre "alfabetización en sentido estricto" y "alfabetización en sentido amplio" o, para decirlo en nuestros términos, entre "apropiación del sistema de escritura" y "desarrollo de la lectura y la escritura". Esta separación es uno de los factores responsables de que la enseñanza en los primeros grados se centre en la sonorización desvinculada del significado y de que en los grados posteriores se exija la comprensión del texto sin haber preparado a los alumnos para esta exigencia, ya que la comprensión es evaluada pero raramente es tomada como objeto de enseñanza. Esta separación ha llevado también a suponer que el manejo del sistema alfabético es un requisito previo para la utilización del lenguaje escrito como tal, para la interpretación y producción de escritos correspondientes a los diferentes géneros que circulan en la sociedad.
Ahora sabemos que la lectura es siempre -desde sus inicios- un acto centrado en la construcción del significado, que el significado no es un subproducto de la oralización sino el guía que orienta el muestreo de la información visual; ahora sabemos que los niños reelaboran simultáneamente el sistema de escritura y el "lenguaje que se escribe”... ¿Por qué mantener entonces una separación que ha tenido efectos negativos?
El objetivo debe ser desde un comienzo formar lectores, por lo tanto, las propuestas deben estar centradas en la construcción del significado también desde el comienzo. Para construir significado al leer, es fundamental tener constantes oportunidades de adentrarse en la cultura de lo escrito, de ir construyendo expectativas acerca de qué puede "decir" en talo cual texto, de ir acrecentando la competencia lingüística específica en relación con la lengua escrita ... Por lo tanto, desde el principio, la escuela debe hacer participar a los chicos en situaciones de lectura y escritura: habrá que poner a su disposición materiales escritos variados, habrá que leerles muchos y buenos textos para que tengan oportunidad de conocer diversos géneros y puedan hacer anticipaciones fundadas en este cono-cimiento ... Habrá que proponerles también situaciones de producción que les plantearán el desafío de componer oralmente textos con destino escrito -para ser dictados al maestro, por ejemplo-; en el curso de esta actividad se plantearán problemas que los llevarán a descubrir nuevas características de la lengua escrita y a familiarizarse con el acto de escritura antes de saber escribir en el sentido convencional del término.
Poner en evidencia que -como diría F. Smith (1983)- no hay una diferencia fundamental entre leer y aprender a leer, o entre escribir y aprender a escribir, puede contribuir a esclarecer cuáles son los principios generales que deben regir el trabajo didáctico en lectura y escritura desde el primer día de clase de primer grado -o de preescolar- y a lo largo de toda la escolaridad.
Una última pero muy importante -porque se refiere a los fundamentos- consideración sobre el currículum: es necesario sustentar las propuestas en los aportes de las ciencias del lenguaje y en los de la psicología, en particular en los estudios realizados sobre la construcción de determinados contenidos escolares del área.
Para dar sólo un ejemplo de la relevancia que asumen algunos de los aportes de las ciencias del lenguaje desde la perspectiva didáctica," señalemos que las contribuciones de la sociolingüística obligan a revisar críticamente -entre otros aspectos- la noción de "corrección", que está tan arraigada en la escuela, para remplazarla por la de "adecuación a la situación comunicativa", lo que supone abandonar la desvalorización que han sufrido los dialectos o sociolectos no prestigiosos (que son la lengua materna de muchos de los alumnos de nuestras escuelas).
En cuanto a la teoría del aprendizaje, como señala Coll (1993), desde hace más de diez años existe una convergencia notable entre diferentes autores y enfoques teóricos, en relación con los principios explicativos básicos del aprendizaje en general y del aprendizaje escolar en particular.
El principio explicativo más ampliamente compartido es, sin ningún género de dudas -señala el autor-, el que se refiere a la importancia de la actividad mental constructiva del alumno en la realización de los aprendizajes escolares; el principio que lleva a concebir al aprendizaje escolar como un proceso de construcción del conocimiento [ ... ) ya la enseñanza como una ayuda para esta construcción. [ ... ) De ahí el término de "constructivismo" habitualmente elegido para referirse a esta convergencia.
En el caso particular dé la lectura y la escritura, los estudios psicogenéticos y psicolingüísticos han permitido ya esclarecer aspectos importantes del proceso de reconstrucción de la lengua escrita por parte del sujeto.
Reformular la concepción del objeto de enseñanza en función de los aportes lingüísticos y la concepción del sujeto que aprende a leer y escribir de acuerdo con los aportes psicolingüísticos realizados desde una perspectiva constructivista parece ser una condición importante para contribuir, desde el diseño curricular, al cambio en la propuesta didáctica vigente en la escuela.
En segundo lugar, en lo que se refiere a la organización institucional, resulta evidente la necesidad imperiosa de promover el trabajo en equipo, de abrir en cada escuela espacios de discusión que permitan confrontar experiencias y superar así el aislamiento en el que suelen trabajar los docentes, que hagan posible poner en tela de juicio las modalidades de trabajo instaladas en el sistema escolar y evaluarlas a la luz de los propósitos educativos que se persiguen, que propicien el análisis crítico de los derechos y obligaciones asignados al docente y a los alumnos en relación con la lectura y la escritura, que favorezcan el establecimiento de acuerdos entre los docentes no sólo para lograr mayor coherencia en el trabajo, sino también para emprender proyectos en común.
La elaboración de proyectos institucionales podría, en algunos casos, apelar a la participación de los padres. Hacer de la escuela el centro de una comunidad de lectores podría ser uno de los objetivos de este tipo de proyectos.
Habría que discutir además otras modificaciones posibles de la institución escolar, tomando como punto de partida los estudios sociológicos y etnográficos que puedan aportar elementos en tal sentido; habría que estudiar de qué modo se haría posible democratizar la estructura tradicionalmente autoritaria del sistema educativos Si esta democratización permitiera revalorizar la posición del maestro dentro del sistema, seguramente esto abriría también un espacio para revalorizar la posición de los alumnos en el aula y haría posible -entre otros beneficios que se les reconociera como lectores y productores de textos.
Por último, habría que definir modificaciones tendientes a desterrar el mito de la homogeneidad que impera en la institución escolar y a sustituirlo por la aceptación de la diversidad cultural e individual de los alumnos. De este modo, se podría evitar -o al menos disminuir-la formación de "grupos homogéneos" o "grupos de recuperación': que sólo sirven para incrementar la discriminación escolar.
El tercer punto que hemos anunciado -y que se agrega a las consideraciones ya realizadas sobre lo curricular y lo institucional- se refiere a la conciencia que parece necesario crear en la opinión pública.
En efecto, en el caso de la educación -y a diferencia de lo que ocurre, por ejemplo, en el caso de la medicina- no existen presiones sociales que inciten al progreso. La práctica del aula es cuestionada cuando se aparta de la tradición, en tanto que rara vez lo es cuando reproduce exactamente lo que se ha venido haciendo de generación en generación. Este fenómeno -que merecería ser estudiado desde la perspectiva sociológica- se expresa muy claramente en el caso de la alfabetización: cualquier estrategia de trabajo que se aleje del consabido "mi mamá me ama" que no respete la secuencia establecida por los métodos fonéticos (incluido el silábico), genera gran inquietud en los padres de los supuestos "conejillos de Indias", inquietud que algunas veces se transforma en resistencia declarada.
Lo "nuevo" preocupa por el simple hecho de ser nuevo -no hace falta averiguar si está bien fundamentado o no-; lo "viejo" tranquiliza por el solo hecho de ser conocido, independientemente del sustento científico o teórico que pueda tener. La lamentable consecuencia de esta situación es que no se plantea la necesidad de avanzar en el campo didáctico; si el maestro lo intenta, es por iniciativa propia o de sus colegas, no porque haya un requerimiento en tal sentido por parte de los padres de sus alumnos o de algún otro sector de la comunidad. ¿Qué sería de nuestra salud si esto ocurriera también en el campo de la medicina?
Parece esencial entonces crear conciencia de que la educación también es objeto de la ciencia, de que día a día se producen conocimientos que, si ingresaran en la escuela, permitirían mejorar sustancialmente la situación educativa. Es necesario además dar a conocer -de la manera más accesible que sea posible- cuáles son las prácticas escolares que deberían cambiar para adecuarse a los conocimientos que hoy tenemos sobre el aprendizaje y la enseñanza de la lectura y la escritura, así como mostrar los efectos nocivos de los métodos y procedimientos tradicionales que resultan tan "tranquilizadores" para la comunidad, y hacer públicas las ventajas de las estrategias didácticas que realmente contribuyen a formar lectores y escritores autónomos.
Es responsabilidad de los gobiernos y de todas las instituciones y personas que tienen acceso a los medios de comunicación -y están involucradas en la problemática de la lectura y escritura- contribuir a formar esta conciencia en la opinión pública.
En cuanto al desarrollo de la investigación didáctica en el área de la lectura y la escritura -el cuarto aspecto antes anunciado-, es evidente la necesidad de continuar produciendo conocimientos que permitan resolver los múltiples problemas que la enseñanza de la lengua escrita plantea, y de hacerlo a través de estudios cada vez más rigurosos, del tal modo que la didáctica de la lectura y la escritura deje de ser materia "opinable" para constituirse como un cuerpo de conocimientos de reconocida validez.
El conocimiento didáctico no puede deducirse simplemente de los aportes de la psicología o de la ciencia que estudia el objeto que intentamos enseñar. Ha sido necesario -y continúa siéndolo- realizar investigaciones didácticas que permitan estudiar y validar las situaciones de aprendizaje que proponemos, afinar las intervenciones de enseñanza, plantear problemas nuevos que sólo se hacen presentes en el aula. Los problemas didácticos -como por ejemplo: ¿por qué resulta tan difícil lograr que los alumnos asuman la corrección de los textos que escriben?, ¿qué nuevos recursos pueden ponerse en acción para lograrlo?, ¿qué efectos producen estos nuevos recursos? o ¿la sistematización del conocimiento ortográfico es un medio efectivo para mejorar la ortografía?, ¿en qué condiciones?- no podrán ser abordados ni resueltos por investigaciones psicológicas o lingüísticas, sólo la investigación didáctica puede resolverlos.
Si se pretende producir cambios reales en la educación, y en particular en la alfabetización, es imprescindible -en vez de dirigir los escasos recursos disponibles hacia la realización de estudios diagnósticos, que sólo sirven para confirmar las deficiencias educativas que ya conocemos, pero no para aportar elementos que contribuyan a superarlas- propiciar la investigación didáctica, es imprescindible brindarle un apoyo mucho mayor que el que actualmente se le ofrece en nuestros países. Cedamos la palabra a G. Brousseau (1988) -uno de los funda-dores de la didáctica de la matemática como ciencia- para ampliar la argumentación en tal sentido:
La creación y la conducción de situaciones de enseñanza no son reductibles a un arte que el maestro pueda desarrollar espontáneamente por medio de actitudes positivas (escuchar al niño ... ) o alrededor de una simple técnica (utilizar juegos, materiales, o el conflicto cognitivo, p.e.). La didáctica no se reduce a una tecnología y su teoría no es la del aprendizaje, sino la de la organización de los aprendizajes de otros, la de la comunicación y transposición de los conocimientos [ ... ) Aceptar hacerse cargo de los medios individuales de aprendizaje del alumno (el sujeto cognitivo) exigiría una modificación completa del rol del maestro y de su formación, una transformación del conocimiento mismo, otros medios de control (individuales y sociales) del conocimiento, etc. [ ... ] Es una decisión que plantea problemas que sólo la didáctica puede -quizá- resolver. Seguramente no es una decisión que pueda depender de la libre elección de los docentes, ni de su arte. Insistamos sobre esta contradicción: si actualmente el sujeto no tiene lugar en la relación de enseñanza (en tanto que sí lo tiene en la relación pedagógica), no es porque los maestros se obstinen en el dogmatismo, sino porque no pueden corregir las causas didácticas profundas de esta exclusión. Corremos el riesgo de pagar muy caro errores que consisten en requerir del voluntarismo y la ideología aquello que sólo puede provenir del conocimiento. A la investigación en Didáctica le corresponde encontrar explicaciones y soluciones que respeten las reglas de juego del oficio de docente o bien negociar los cambios necesarios sobre la base de un conocimiento científico de los fenómenos. No se puede hoy [ ... ] dejar que la institución convenza a los alumnos que fracasan de que son idiotas -o enfermos- porque nosotros no queremos afrontar nuestros límites.
Ahora bien, si de verdad se quiere generar un cambio profundo, será también imprescindible replantear las bases de la formación de los docentes y promover la jerarquización social de su función.
En lo que se refiere a la preparación de los maestros y centrándonos en el problema de la alfabetización, dos cuestiones parecen esenciales: asegurar su formación como lectores y productores de textos y considerar como eje de la formación el conocimiento didáctico (en relación con la lectura y la escritura, en nuestro caso). Por otra parte, todo el currículum debería contribuir a mostrar a los estudiantes los progresos que se van registrando en la producción del conocimiento -didáctico, lingüístico, psicolingüístico...-, de tal modo que ellos sean conscientes en el futuro de la necesidad de profundizar y actualizar su saber en forma permanente.
Hay una relación recíproca entre la jerarquización del papel de los docentes -el reconocimiento social de su función- y el mejoramiento de la calidad de su formación. Ambas cuestiones deberían ser atacadas simultáneamente: elevar la calidad académica y brindar mejores condiciones laborales, tanto desde el punto de vista económico como desde el punto de vista de la valoración que la comunidad tiene del trabajo de los maestros.
Además de lo que pueda hacerse en ese sentido desde los organismos oficiales, a los docentes les corresponde -por su-puesto- defender su profesión, constituir entidades que -como los colegios profesionales- propicien investigaciones, cursos, conferencias, discusiones sobre problemas que es urgente resolver.
Y ahora sí, finalmente, nos ocuparemos de la capacitación, que es también una herramienta importante -aunque no la única- para transformar la enseñanza.
Diseñar un programa de capacitación en servicio tendiente a transformar la práctica didáctica supone plantearse múltiples problemas de diversos tipos: ¿cómo conciliar la profundidad requerida para el trabajo de cada grupo con la necesidad de extender la propuesta a un número de maestros que resulte significativo para el sistema?, ¿debe plantearse como obligatoria la capacitación para los docentes o como voluntaria?, ¿es conveniente dirigirla a maestros aislados, que provienen de instituciones diferentes, o es más productivo imprimirle un carácter institucional?, ¿qué condiciones deben reunir los capacitadores?, ¿cómo promover la formación continua de los participantes del proyecto?, ¿cómo asegurar que el proceso de capacitación permita a los docentes aprehender la concepción didáctica que se pretende comunicarles?
En relación con la conciliación de profundidad y extensión, es necesario tener en cuenta que el tiempo es una variable importante para la capacitación: las "jornadas" de muy breve duración -a veces de una mañana- pueden ser útiles para dar a conocer que una cuestión existe, pero son siempre insuficientes para analizarla y, por lo tanto, es muy difícil que generen algún efecto en la práctica, aunque en algunos casos puedan despertar inquietudes; por otra parte, una cantidad total de horas -cuarenta, por ejemplo- distribuida en sólo una semana no equivale a esa misma cantidad de horas distribuida en varios meses, ya que esta última distribución permite que los maestros lean bibliografía, pongan en práctica nuevas actividades y discutan con sus compañeros entre reunión y reunión.
La alternativa que en nuestra experiencia ha resultado más productiva combina una situación de taller -que da la posibilidad de abarcar una cantidad considerable de maestros- con una instancia de acompañamiento de la tarea en el aula, que permite lograr una profundidad mucho mayor con un número menor de docentes, con aquellos que se comprometen más firmemente con el proyecto. En el marco de esta alternativa, el taller tiene una duración de varios meses y sólo se adopta una modalidad intensiva en aquellos casos en que resulta imposible, por razones geográficas y económicas, reunir periódicamente a los participantes. El acompañamiento en el aula se desarrolla como mínimo durante un año lectivo y resulta especialmente fecundo cuando incluye la participación del coordinador en la actividad con los niños, entrevistas con cada docente y reuniones que agrupan a docentes de diferentes escuelas, para favorecer el intercambio de experiencias.
En cuanto a la dimensión obligatoriedad-voluntariedad, está claro que cada una de las opciones posibles tiene ventajas e inconvenientes: si la capacitación es obligatoria, el organismo responsable del programa puede establecer prioridades y seleccionar en función de ellas a los docentes que intervendrán, pero se corre el riesgo de que un cierto porcentaje de los participantes no se interese lo suficiente en los contenidos del taller; si, en cambio, la inscripción de los maestros es voluntaria, aumentan las posibilidades de que los docentes se comprometan seriamente y se constituyan luego en activos promotores de la propuesta, pero se hace más difícil responder a las prioridades educativas.
En un proyecto de capacitación que realizamos en la Provincia de Buenos Aires entre 1988 y 1991 -al cual apelaremos en lo sucesivo para ilustrar algunas opciones productivas-, se combinó la variable voluntariedad-obligatoriedad con la referida a la incorporación de los docentes en forma individual o por equipos institucionales: la participación era voluntaria, pero era requisito para la inscripción en los talleres que se constituyeran equipos de escuela, integrados por un miembro del personal directivo, un miembro del gabinete psicopedagógico (en caso de que hubiera gabinete en la escuela) y por lo menos dos maestros. Sólo en forma excepcional se aceptaron maestros aislados.
Tomamos estas decisiones porque las experiencias anteriores habían puesto en evidencia las serias dificultades confrontadas por los maestros que emprendían en forma solitaria una transformación de su práctica. Parecía entonces necesario crear una situación que permitiera a cada maestro compartir interrogantes y posibles respuestas con sus compañeros, así como contar con el respaldo del personal directivo de su escuela. La evaluación del proyecto mostró que estas ideas eran en general correctas, pero puso de manifiesto también una limitación: en muchos casos resultó difícil integrar realmente a los directores, porque ellos estaban agobiados por las tareas administrativas o porque no se sentían directamente involucrados en la problemática didáctica, o por las dos razones a la vez. Una instancia de capacitación específica para los directores, que fue puesta en práctica en el último año del proyecto, resultó mucho más productiva desde el punto de vista del compromiso asumido por el personal directivo.
En 10 que se refiere a las condiciones que deben reunir los capacitadores. M. Nemirovsky (1990) señala:
Otro aspecto decisivo sobre el cual la experiencia ha aportado suficientes datos es que la capacitación debiera estar organizada y coordinada por los profesionistas directamente involucrados en la elaboración de las propuestas didácticas. Es frecuente encontrar el sistema de "cascada" en la organización de la capacitación: un pequeño equipo capacita a uno mayor y éste a su vez a otro grupo más amplio, etc., de manera que cuando la capacitación llega al maestro ya hubo cuatro o cinco intermediaciones entre los capacitadores "originales" y quienes llevarán -o se supone que llevarán- a cabo la implementación de la propuesta en cuestión. Esta práctica lleva a que, generalmente, ni siquiera el "capacitador" conozca, maneje, asuma, los criterios fundamentales sobre los cuales se sustenta la propuesta y, por lo tanto, tampoco las respuestas u orientaciones que pudieran darse frente a las dudas que plantean los maestros. Puede suponerse cuáles serán las consecuencias de esta situación para la implementación de dichas propuestas. Si bien no hay muchos planteos alternativos para resolver este problema, lo que quiero enfatizar es su importancia.
Efectivamente, es muy difícil que la aspiración planteada por la autora pueda cumplirse: los que elaboran las propuestas didácticas son muy pocos, los docentes de una red educativa son muy numerosos. Sin embargo, pueden construirse alternativas que reduzcan las intermediaciones al mínimo posible y resulten menos riesgosas que la acelerada "multiplicación" característica de los intentos de capacitación masiva en el sistema educativo, siempre y cuando se acepte que la disminución del riesgo supone necesariamente un aumento en el tiempo destinado a la formación de los capacitadores -ya que, como hemos visto, el tiempo es imprescindible para lograr cierto grado de profundidad- y una reducción de la cobertura que es posible lograr en un periodo determinado.
En el proyecto de la Provincia de Buenos Aires, se dedicó todo el primer año a la formación de coordinadores. Los docentes involucrados en esta instancia eran maestros, asistentes educacionales, directores y supervisores que fueron previamente seleccionados tomando en consideración su trayectoria en relación con la alfabetización -participación en experiencias alternativas y en cursos vinculados con la cuestión, compromiso con la transformación de la práctica pedagógica-o Para definir quiénes se desempeñarían como coordinadores de futuros talleres y quiénes los acompañarían como cocoordinadores o como colaboradores encargados del registro de las sesiones, se llevaba a cabo en el curso del taller un proceso de evaluación que contemplaba la calidad de los aportes realizados en clase así como la presentación de un trabajo centrado en la planificación fundamentada de un taller dirigido a equipos de escuela de su zona.
Por otra parte, desde el momento en que comenzó el trabajo con los maestros, se puso en marcha un modo de funcionamiento que aseguraba el perfeccionamiento constante de todos los involucrados en el proyecto: los coordinadores de cada zona se reunían semanalmente con el objeto de discutir nuevo material bibliográfico y de analizar los problemas planteados durante el desarrollo de los talleres; representantes de las diferentes zonas -que habían sido seleccionados para constituir un "equipo intermedio" que funcionaba como nexo entre el equipo central y los demás coordinadores- se reunían mensualmente con el equipo central y estas reuniones hacían posible la supervisión y la orientación cooperativas del trabajo de capacitación que estaba en desarrollo.
El análisis de registros de clase de los diferentes talleres constituyó uno de los recursos importantes para la formación de todos como capacitadores. Sin embargo, desarrollar esta tarea no fue fácil, porque registrar es difícil y porque no todos se atreven a someter la propia práctica al análisis de los otros. Requirió un tiempo pasar del relato oral a la lectura del registro textual de las clases, pero insistimos en que este paso se diera porque el registro es insustituible cuando se trata de compartir las dificultades de la práctica. En efecto, mientras dependemos de los relatos orales, nos enteramos únicamente de aquellas dificultades de las cuales los coordinadores de la situación pudieron tomar conciencia, sólo el registro textual permite sacar a la luz otros problemas que no resultaron observables para los que estuvieron involucrados directamente en la actividad.
La selección previa de los candidatos a coordinador, el trabajo profundo durante los talleres de capacitación, la evaluación rigurosa del desempeño de cada uno, el trabajo en equipo y el perfeccionamiento constante -incluyendo en él la reflexión cooperativa sobre la práctica de capacitación, en base a la discusión de los registros de clase- fueron los recursos que nos permitieron asegurar una formación relativamente sólida de aquellos que se desempeñaban como capacitadores y evitar así la superficialidad y los efectos nocivos que en muchos casos caracterizan a la capacitación ofrecida por las redes educativas más o menos extensas?
Finalmente, para asegurar la comprensión por parte de los docentes de la concepción didáctica que se pretende comunicar, es esencial que todo el proceso de capacitación esté orientado por esa misma concepción y que los contenidos didácticos constituyan el eje del trabajo.
En nuestro caso, asumir una concepción constructivista de la enseñanza y el aprendizaje supone centrar la capacitación de los docentes en situaciones que representen un desafío para ellos y les permitan reelaborar el conocimiento, que favorezcan la cooperación entre pares y la toma de conciencia de sus propias estrategias como lectores y productores de textos, que hagan posible discutir y analizar críticamente diferentes materiales bibliográficos referidos a los contenidos, que permitan poner permanentemente en juego la propia concepción de la práctica didáctica y confrontarla con la de los demás, que permitan explicitar los supuestos implícitos en las posiciones que se adoptan sobre la enseñanza y el aprendizaje de la lengua escrita ... Todos los contenidos del taller son considerados como contenidos en construcción: en cada reunión quedan cuestiones abiertas a las que luego se volverá para analizarlas desde otra perspectiva; rediscutirlas permite llegar a nuevas conclusiones, pero en algunos casos se plantean desacuerdos o se abren interrogantes que llevan a recurrir al material bibliográfico.
El trabajo sobre la bibliografía cumple un papel importante, porque es a través de esas lecturas como los maestros pueden reflexionar acerca de las propuestas didácticas sobre las cuales están trabajando, así como sobre sus fundamentos y porque conocer a los diferentes autores les permitirá manejarse con autonomía para avanzar en su propia formación más tarde, cuando ya no estén involucrados en un curso de capacitación. La lectura resulta en particular significativa cuando se acude a la bibliografía para responder a interrogantes que han surgido previamente en el curso de las discusiones, cuando los participantes saben que encontrarán allí respuestas para preguntas que ya se han formulado.
En relación con los contenidos, la evaluación permanente de la tarea desarrollada en el proyecto antes mencionado nos fue mostrando la necesidad de centrar cada vez más el trabajo en el componente didáctico, e incorporar los aportes de otras ciencias -de la lingüística, la psicolingüística, etc.- en la medida en que contribuyeran a resolver problemas didácticos o a fundamentar propuestas de enseñanza. Dado que esta cuestión se desarrollará en el último capítulo, anticiparemos aquí sólo un aspecto vinculado con el lugar de la práctica en el proceso de capacitación.
Diversas experiencias alternativas de alfabetización realizadas en América Latina (E. Ferreiro, 1989) han puesto en evidencia que la presencia del aula en las situaciones de capacitación de los docentes es fundamental. En nuestro caso, esta presencia se hacía efectiva tanto en la instancia de taller como en la de acompañamiento: en la primera, la práctica en el aula aparecía a través del análisis de registros de clase aportados por el equipo de coordinación, de la planificación de actividades que los participantes llevarían a cabo con sus alumnos y de la evaluación conjunta del desarrollo de esas actividades; durante el proceso de acompañamiento, el aula estaba aún más presente, puesto que -además de realizar actividades similares a las descritas para el taller y de trabajar sobre registros realizados por los propios maestros de sus clases o de las de algún compañero- el coordinador colaboraba con el maestro en la conducción de algunas situaciones didácticas, lo que permitía, por una parte, que los docentes aprendieran "por participación en la tarea concreta" y, por otra parte, que se sostuvieran discusiones sobre aspectos muy específicos de la práctica didáctica.
La evaluación del proyecto mostró que el acompañamiento en el aula permitía obtener resultados mucho más notables en relación con la transformación de la práctica, lo cual puede deberse simplemente a la mayor duración del trabajo conjunto, pero también puede atribuirse a la imposibilidad de encontrar otro instrumento de capacitación que resulte tan efectivo como compartir la realidad del aula.
Ahora bien, resulta inquietante que el acompañamiento en el aula siga siendo el mejor recurso para la capacitación, que lo consideremos incluso como el único realmente efectivo para transformar la práctica. Resulta inquietante por dos motivos: en primer lugar, porque nunca dispondremos de la cantidad de recursos humanos que sería necesaria para acompañar la práctica de todos los maestros, y esto es muy grave cuando lo que se pretende es evitar el fracaso escolar y lograr que todos los niños se formen como lectores y productores de texto; en segundo lugar, porque el hecho de que necesitemos imprescindiblemente compartir la práctica del maestro para poder comunicarle ciertos contenidos didácticos es síntoma de una carencia nuestra en la conceptualización de ese saber que queremos comunicar.
En este sentido, es pertinente citar una vez más a G. Brousseau (1991) quien, después de afirmar que la didáctica ha sido hasta hace pocos años un problema de opinión más que un estudio científico, señala:
Los profesores y los especialistas en la disciplina en cuestión (los formadores de docentes) se ven conducidos entonces a minimizar el papel de toda teoría, a poner en primer plano el contenido puro o la experiencia profesional. Ésta puede ser considerada como hasta tal punto incomunicable que se ha llegado a afirmar que la mejor formación que se puede proponer a un futuro maestro es la que él puede adquirir en el trabajo mismo. Cabe preguntarse entonces qué es lo que impide que esta concepción empírica radical se aplique también a los propios niños y que se declare que la mejor formación en matemática para ellos sería la que pueden adquirir resolviendo completamente solos los problemas con que se encuentran.
Para superar esta concepción empírica, es necesario explicitar mejor los elementos teórico-didácticos que subyacen a nuestra propia práctica en el aula. El trabajo de investigación didáctica en el ámbito de la lengua escrita -que se viene realizando desde hace ya muchos años- ha permitido conceptualizar cada vez mejor las condiciones necesarias para que una situación de aprendizaje resulte productiva, los requisitos y características de la intervención docente, la función de la planificación, los parámetros en que se basa la evaluación. A medida que avancemos en la construcción de la didáctica de la lectura y la escritura, seguramente encontraremos mejores recursos para comunicar este saber a los demás.
Analizar rigurosamente diferentes situaciones de capacitación y las transformaciones que ellas producen, estudiar el proceso de reconstrucción del conocimiento didáctico por parte del maestro, evaluar las intervenciones del capacitador, detectar problemas que aún no nos resultan observables... en suma, hacer investigación didáctica en el terreno de la capacitación permitirá también encontrar recursos más efectivos para transformar la enseñanza de la lectura y la escritura.



lunes, 23 de octubre de 2017

“CLAVES PARA LA SELECCIÓN DE LIBROS INFANTILES Y JUVENILES”

Resumen.
“CLAVES PARA LA SELECCIÓN DE LIBROS INFANTILES Y JUVENILES”

Cecilia Bajour y Marcela Carranza

La selección de textos y la teoría
Mediación entre textos y lectores: la selección de los libros. Esta mediación involucra problemas sobre la lectura, los lectores y la literatura infantil y juvenil.
Se habla de representaciones, teorías y problemas.
La intención es no hablar de “criterios de selección” ya que muchas veces la idea de “criterio” se confunde con la de “receta” o “fórmula”, como si hubiera una batería única de conceptos o razones para tener en cuenta a la hora de elegir textos literarios.
Si bien existen teorías para el despliegue de lecturas más ricas de los textos, se trata de herramientas flexibles que pueden entrar en diálogo con la lectura teniendo en cuenta la soberanía y libertad de los lectores, que a su vez siempre están poniendo en juego o construyendo hipótesis cuando leen. En principio, están los mediadores como lectores que eligen a partir de su propia historia, conocimiento y experiencia.
Desde esta perspectiva, cuanto más se conozca, problematice y explore acerca de las teorías sobre los textos y la lectura, más libertad se tendrá para no quedar a merced de recetas, encorsetamientos, grillas, etc., a la hora de elegir.

La relación entre selección y canon
Los conceptos de canon y de selección están íntimamente relacionados. Todo canon en principio supone un proceso de elección y una toma de posición con respecto a qué se incorpora y qué se deja afuera en un universo de lecturas. Supone una de las maneras posibles de recortar los textos desde diversos criterios de valor condicionados por cada contexto histórico y sociocultural.
Desde el punto de vista literario, el canon en sus orígenes se caracterizó por su carácter preceptivo, de norma o vara que decide qué es lo que se considera valioso para ser leído.
En la tarea de consagrar o dejar afuera, subyace una serie de definiciones sobre qué se considera arte en cada momento.
Es posible tomarlo y pensarlo como un vehículo para complejizar las ideas sobre literatura tal como plantea María Teresa Andruetto: (…) “porque es siempre dialéctica la relación entre lo canonizado y lo no canonizado en una cultura y ese movimiento permanente, hace que los que están fuera tiendan a ocupar el centro y pugnen por insertar sus modelos desplazando a otros que están dentro, porque no existe centro sin periferia y “lo literario” en cada caso, tiempo y lugar, precisa de lo “no literario” para definirse. De modo que todo canon necesita de la amenaza exterior, de donde provienen las reservas de la literatura que vendrá.”
En el artículo de Andruetto, la autora aboga por la apropiación y formación de cánones por parte de los lectores afirmando que “cada lector construye su canon, más allá de lo que canonicen la academia, la escuela o el mercado”.
El mercado editorial y la escuela en la actualidad son las instituciones que más inciden en la formación de cánones de libros destinados a niños y jóvenes.
Aunque los procesos de canonización son complejos y contradictorios ya que siempre hay movimientos de los márgenes al centro y viceversa, en la literatura infantil y juvenil refuerzan la tendencia a la instalación en lo conocido. Cuando eso ocurre, la repetición de autores, textos, géneros o estéticas, muchas veces apoyada en ciertos criterios de mercado que privilegian lo que ya ha garantizado éxitos de venta y dejan de lado aquello que plantea riesgos, obstaculiza la apertura del canon a textos que apuestan a la experimentación, a búsquedas estéticas innovadoras.
A la tendencia antedicha se le agregan los prejuicios que predominan en muchas representaciones sobre los jóvenes como lectores a quienes se termina destinando una suerte de literatura ad hoc. Los editores y autores que se limitan a esta literatura “a medida” terminan excluyendo del canon de lo considerado juvenil a mucha literatura que si bien no fue escrita pensando en los jóvenes como público lector tiene la potencia y la calidad que ellos merecen como receptores estéticos de la misma categoría que el resto de las edades lectoras.
La institución escolar es un escenario donde se juzga qué textos se pretende que lean las nuevas generaciones. El concepto de enseñanza no tiene que ver sólo con lo explicitado en los currículos sino sobre todo lo que ocurre en las reales situaciones de lectura.

La selección de textos como práctica atravesada por múltiples mediaciones
Cuando se trata de destinatarios infantiles esta labor de mediación es más delicada ya que se trata de elegir en nombre de otros y para otros que por su trayectoria vital y por su lugar en la organización social aún no se han apropiado de la posibilidad y el derecho de elegir por sí mismos o están en camino a hacerlo, con la pretensión de que aprendan a elegir.
La selección de textos es una práctica cultural, sobre la que podemos reflexionar y actuar críticamente, decidir e influir protagónicamente en los procesos políticos y culturales que tienen que ver con la puesta a disposición democrática de los textos, ampliar nuestros derechos como lectores y no quedar capturados por las decisiones de otros que definen qué se lee, cuándo, cómo y dónde. Muchas veces la provisión por parte del Estado se hace necesaria en zonas castigadas por la exclusión económica y social, esto no quita que los mediadores junto con las comunidades interesadas generen iniciativas autónomas que hagan crecer tales dotaciones.
Toda elección a cargo de un mediador es una práctica que está atravesada por las elecciones de otros agentes.
La asimetría que caracteriza la mediación de la literatura infantil se hace presente en las múltiples intervenciones de adultos que participan de los diversos procesos de selección.
Lo asimétrico es un revelador de qué visiones de niño, de literatura y de lector adoptan quienes eligen lo que se desea que sea leído por la infancia. En tales visiones se puede dirimir si la distancia entre las experiencias de vida y conocimiento que caracteriza a la relación adulto- infancia es pensada por el primero como una ocasión de control y subestimación de las posibilidades de la infancia o, por el contrario, como la encarnación de formas diferentes y peculiares de leer el mundo.
Ninguna elección es absolutamente libre o neutral: siempre está precedida o influida por decisiones que otros han tomado.
En el  plano del mercado editorial, en los casos de líneas de distribución desiguales que favorecen a unos sectores y no a otros la consecuencia es la exclusión de muchos lectores, visible en la focalización de la atención en las grandes ciudades en detrimento de las más pequeñas o de los pueblos alejados de las metrópolis.
Los catálogos de las editoriales también son una evidencia de la puesta a disposición o su contrario de una gran cantidad de textos. En ese sentido es llamativo cómo la producción de una misma editorial se diferencia en las filiales de distintos países, a veces limítrofes en el caso de América Latina y entonces sucede que los lectores de un país de habla hispana no tienen acceso a títulos que la misma editorial distribuye, por ejemplo, en el país vecino. Una situación similar viven muchas ediciones de autores latinoamericanos cuyos libros no son conocidos en España porque las casas matrices no distribuyen allí los textos que son editados en sus sucursales de América Latina.
Si nos detenemos en lo que sucede con textos en otras lenguas, vemos que las políticas de traducción por parte de las editoriales son también una clave para considerar la posibilidad de acceso a determinados autores o textos. La omisión de su traducción y publicación en editoriales de otras lenguas supone un obstáculo al ensanchamiento de un horizonte de lecturas, además de impedir un diálogo más rico y necesario entre las producciones artísticas históricas y contemporáneas.
En nuestra propia lengua opera la tendencia a excluir las variantes locales a favor de una suerte de “neutralidad” del español lo cual lleva a adaptar y modificar los giros que singularizan a la lengua de su región dadas las supuestas trabas de los regionalismos lingüísticos. Esta tendencia a la homogeneización lingüística implica de por sí un proceso de selección que excluye a los lectores de la posibilidad de encontrarse con los modos peculiares de hablar y escribir el español en las distintas geografías.
No se puede elegir aquello que no está disponible.
En el artículo “Final del juego, el libro llega a las manos del lector”, la autora argentina Ema Wolf describe las estrategias de comercialización y revela hasta qué punto muchos de los condicionamientos previos a la selección por parte del destinatario final, el lector, están dictados por las exigencias y variables del mercado.
Una de ellas, el carácter efímero de las novedades, determina a veces cruelmente la posibilidad de acceso de los lectores a textos que, por distintas razones, no llegan a sobrevivir más de un mes en las estanterías.
El libro que no se vende en la primera semana no permanece más de un mes en la estantería. Un editor muy importante, al cabo de un año probablemente lo salde con rebajas de hasta el 60 %. La suerte de otros depende de algún hecho fortuito (película, escándalo, revival, Nobel para el autor) que los vuelva a poner en circulación. Por supuesto, hay títulos más duraderos (long seller) que no es necesario exhibir de manera permanente.”
 “El chico raramente entra solo a la librería, a menos que sea un lector frecuente, ya independizado del consejo del adulto. Al sector infantil llegan los padres con sus hijos, los docentes y los compradores de regalos de cumpleaños. En este panorama el rol del librero sigue siendo fundamental.
El adulto más informado puede no pedir el libro por su título sino por su autor (“Déme algo de Fulano”). Otros optan por comprarle al chico un clásico que ellos leyeron en su infancia, aunque quizás ya ferozmente condensado. La mayoría pide asesoramiento al librero: le cuentan cómo es el chico para que los oriente. Si van con él, es probable que lo disuadan de llevar lo que eligió y lo convenzan de llevar otra cosa: más “literaria” o “más para su edad”.
Dentro de las múltiples mediaciones entre la literatura y los lectores de literatura infantil y juvenil, la crítica juega un rol que complejiza la intermediación ya que involucra a los mediadores adultos como destinatarios de su producción.

Implícitos y consensos acerca de cómo debe ser un libro para niños:
Toda selección supone en quien elige una serie de valores, implícitos, representaciones, teorías, conceptos acerca de la literatura infantil, los niños y la lectura. Tales ideas y representaciones no son propiedad exclusiva de los individuos sino producto también de un grupo social en un momento histórico dado. Existen normas socialmente instaladas que pretenden indicar las características e incluso las restricciones que un libro para niños debería respetar.
Hay que desmantelar tales normativas en su carácter de verdades para aproximarnos a los libros y a las prácticas de lectura literaria infantil dejando de lado esquemas perceptivos preestablecidos y heredados como únicos posibles.
A un libro para niños se le exigen socialmente requisitos, “restricciones”, en el sistema de los libros infantiles, tales restricciones devienen de su vínculo histórico con el sistema educativo y de su posición inferior respecto de la literatura para adultos.
Los dos principios que rigen la introducción de los textos dentro del sistema de libros infantiles son: “... un ajuste del texto para hacerlo apropiado y útil para los niños, teniendo en cuenta lo que la sociedad considera (en cierto punto de la historia) como educativamente bueno para ellos, y un ajuste en la trama, caracterización, y lenguaje a la percepción social predominante de las habilidades de los niños para leer y comprender.” Según el período histórico, uno de estos dos principios (uno más ligado a cuestiones de contenido relacionadas a la formación moral y cívica del lector; otro al ajuste del texto según lo que se considera el nivel de comprensión de los niños) ha prevalecido sobre el otro en diferente medida.

Implícitos que intentan regir la selección de los libros infantiles. Reflexión:
Exigencia de “lo familiar”. Repetición de modelos literarios preexistentes:
A los libros para niños se les suele exigir que remitan, en cuestiones de contenido /procedimientos literarios, a aquello que se considera “familiar” o “cercano” para el niño.
Esto supone la repetición de modelos existentes, que se presumen conocidos por los niños, lo que implica, restringir las posibilidades de innovación, de experimentación dentro de los libros infantiles. Una tendencia a la repetición, a la homogeneidad y a la conservación de lo ya instalado y aceptado como válido en la sociedad, como modelo exitoso y vendible en el mercado de libros infantiles.
Este supuesto de “lo familiar” al niño, se inscribe en un principio educativo: “partir desde los saberes previos del alumno”.
Kieran Egan, filósofo de la educación canadiense enumera cuatro razones por las que este principio pedagógico resulta cuestionable:
“Primero, si éste es un principio fundamental del aprendizaje humano, no existe manera de saber cuándo comienza este proceso. En otras palabras, cuándo se sabe qué es lo que el alumno sabe.
Segundo, si la novedad es el problema del aprendizaje humano, muchos objetos de conocimiento estarán desconectados con lo que ya se sabe; sin embargo, reducir la cuota de novedad de lo que se enseña no resuelve el problema del aprendizaje, y si pudiésemos manejar cierta novedad, ¿por qué no podemos manejar más? (...)
Se asume que lo que los niños aprenden primero y mejor son los detalles de su propia vida cotidiana. Esto es, se asume que el pensamiento de los niños es simple, concreto, y se articula con su propia experiencia local. Pero (…) los niños también poseen imaginación y emociones y éstas también los conectan con el mundo...”
Podemos, así, cuestionar “lo que los niños pueden”, “lo que los niños saben” y de su contratara: cómo saber de antemano lo que los niños “no pueden” o “no saben”.
Esto supone un gesto de feroz achicamiento del corpus que ofreceremos a los lectores. Confiar en las posibilidades imaginativas de los niños para manejar lo novedoso para construir y pensar mundos posibles, significa por el contrario abrir el canon de lecturas introduciendo la mayor variedad de géneros, autores, libros nacionales (conocidos y no tan conocidos) y extranjeros, contemporáneos y clásicos, etc...
A menudo se hace hincapié en la obligación de pensar la selección de los textos en términos de “necesidades” o “expectativas” de los niños. Así, incluso, pareciera que existen libros para cada necesidad y/o realidad personal o social atravesada por el lector.
Cuando hablamos de atender a las necesidades del lector, ¿no estaremos encerrando a los lectores en un casillero?
Un gesto de apertura hacia lo desconocido, lo exótico, lo ajeno puede tener sus dificultades a la hora de revisar la oferta editorial. La selección de los textos se suele investir de una búsqueda de aquello que no suele aparecer en la primera fila de los estantes en las librerías, ni es ofrecido por los promotores editoriales en las escuelas. Estar atentos a los catálogos de las editoriales, especialmente de las pequeñas, transitar librerías de viejo, estar al tanto no sólo de las novedades sino también de las viejas ediciones, incluso de libros que ya han sido descatalogados, consultar publicaciones especializadas para conocer autores actuales y de otras épocas, títulos, incluso editoriales forma parte de una tarea donde los mediadores hemos decidido tomar las riendas de nuestras elecciones.

La ilustración “para niños”
Cuando se trata de seleccionar un libro ilustrado muchas veces se escucha mencionar adjetivos como “coloridas” y “claras” en relación a las imágenes.
Como sucede con los textos, también en las ilustraciones la exigencia de “lo conocido” puede derivar en la repetición y el estereotipo. Lo que deviene en un fuerte rechazo a estéticas novedosas que tiendan a salirse del molde de lo consensuado como “infantil” en una ilustración.

La simplicidad y la sencillez
En consonancia con la exigencia de “claridad” en las imágenes, en los libros para niños se suele valorar ante todo la simplicidad y la sencillez. Es frecuente escuchar que un libro no es dado a leer a un grupo de niños por ser considerado “muy difícil”, “complejo”, “poco claro”. El problema aquí radica en las representaciones de los lectores infantiles que se están manejando. Se parte de una concepción deficitaria de los lectores.
De este modo, muchos libros son descartados de la selección porque no se los considera accesibles para niños “poco lectores”, por lo general niños que pertenecen a grupos sociales desfavorecidos. Es un gesto antipedagógico dado que la limitación es impuesta por el propio mediador hacia ese grupo de niños.
La complejidad en la literatura infantil deviene en un disvalor. Todo debe ser simple: la caracterización de los personajes, la estructura narrativa, incluso los temas abordados. Esto trae como consecuencia, particularmente en el caso de las adaptaciones de los clásicos, la eliminación de una serie de recursos literarios considerados difíciles, incomprensibles para el lector infantil, tales como: la parodia, la ironía, la sátira, el uso de figuras retóricas, los finales abiertos y cualquier atisbo de ambigüedad o incertidumbre en los personajes, la trama narrativa o el desenlace de la historia.
De esta exigencia de “simplicidad” y “comprensibilidad” muchas veces deriva una multitud de textos escritos para lectores altamente subestimados en sus capacidades intelectuales. Según este modo de concebir los libros infantiles “lo indefinido” debe ser definido, lo ambiguo debe transformarse en certeza, el enigma en verdad y la pregunta en una única respuesta.

Buen ejemplo de este afán por la sencillez y la “claridad” son muchas de las adaptaciones de clásicos infantiles, las cuales poco dejan en pie de la riqueza literaria del libro original, en pos de una feroz simplificación de los textos. Una novela de treinta y seis capítulos como Las aventuras de Pinocho de Carlo Collodi se ve transformada así en un mal cuento de diez páginas; eliminándose por supuesto todos aquellos capítulos que contradigan los principios que venimos enunciando aquí.
El humor en el libro de Collodi, como en Los viajes de Gulliver de Jonathan Swift, recurre a la sátira, su blanco es el poder político, su objetivo poner en ridículo y denunciar la realidad de un mundo injusto que coloca a las víctimas en el papel de los delincuentes.

La tijera de los adaptadores, obediente a los criterios de sencillez, borra capítulos completos donde los temas resultarían “poco adecuados” para los niños. Así los cuatro viajes de Gulliver se ven reducidos a sólo dos y la magistral obra en donde Jonathan Swift satiriza y cuestiona las clases en el poder, la civilización y el imperialismo europeo, la especie humana en su conjunto, se ve convertida en un simpático libro de aventuras con enanos y gigantes. En el caso de Gulliver, se podrá decir, estamos hablando de un libro para adultos y la adaptación se vuelve necesaria, sin embargo la mayoría de las versiones que llegan a los niños de este libro no sólo atienden a la preocupación de aproximar al lector infantil la gran obra satírica de Swift, sino más bien a representaciones altamente estereotipadas acerca de cómo debe ser un libro para niños. O si no ¿cómo se explica que por ejemplo en muchas de las adaptaciones Gulliver en lugar de orinar sobre el palacio real de Liliput, el personaje recurra a un balde de agua de mar?

La simplicidad también en el lenguaje
La exigencia de simplicidad suele extenderse al propio lenguaje. En relación con estos supuestos Teresa Colomer señala “El lenguaje debe ser simple. Lo que se exige en la literatura infantil es una elaboración asociada al concepto didáctico de incrementar el conocimiento lingüístico de los lectores, especialmente en lo referente a la adquisición de vocabulario. Esta elaboración léxica tiene que compaginarse, sin embargo, con una gran sencillez, a menudo ejercida en los restantes niveles lingüísticos, dirigida a la facilidad de comprensión...”
Precisamente, se pone en evidencia el temor del adulto frente a la posible incomprensibilidad del texto por parte del lector infantil. Se parte de una representación deficitaria del lector, en relación con la edad del niño, o considerados “poco lectores” o con poca experiencia cultural por lo general debido a su extracción social.
Así, mucha de la mejor literatura para niños queda afuera.
No debemos caer en el error de concluir que la sencillez de un texto sea necesariamente un disvalor. Pensamos por ejemplo en libros de gran riqueza literaria y plástica como Historias de Ratones de Arnold Lobel, Trucas de Gedovius o Del otro lado del árbol de Mandana Sadat. Claro, que la aparente sencillez de estos libros puede ser también discutida.

Adecuación a la moral imperante
También deben ser apropiados según lo que la sociedad en un momento histórico considera “bueno” para los niños. Suele pedirse a la literatura infantil que se adecue a la moral imperante, y en lo posible que la transmita. Los libros para niños no pueden contradecir las normas y los valores sociales en vigencia. Y si sirven para enseñarlos, mucho mejor.
Respecto a este tema Graciela Montes en su artículo “¿Qué quiso decir con este cuento?” ironiza:
“Lo cierto es que, con todas las recomendaciones, podríamos hacer una especie de Manual del buen escritor para niños, que contendría exigencias tales como: que sea ameno pero sencillo, que se anime con los grandes problemas, pero, eso sí, que deje un mensaje de esperanza, y, sobre todo, que tenga un final feliz. Nada de demasiado miedo, ni de demasiada excitación y, sobre todo, que no vaya a producir angustia; que no haya chicos que vuelan, porque puede inducir al lector a tirarse por la ventana, y que no haya venganza para no estimular los sentimientos crueles... Ah, y, por favor, que no sea demasiado largo. Y si de paso puede dejar alguna enseñanza, tanto mejor.”
De una concepción se desprende toda una línea muy de moda, aquella que recurre a los libros infantiles con el objetivo de transmitirles valores. Así se eligen libros no por su valor literario o artístico, sino por la razón de que a través de ellos sería posible enseñar determinado valor moral a los niños. Se parte de una idea totalmente discutible: los libros generan conductas positivas (o negativas) en sus lectores; así por ejemplo, si un libro habla de la solidaridad es posible que mediante un mecanismo de identificación el lector se transforme en un individuo solidario.
“...nadie corre a buscar un balde de agua cuando lee el relato de un incendio.”, señala Graciela Montes.
De esta obligada adecuación a los valores y creencias vigentes devienen gestos que bajo el nombre de “selección de textos” se transforman en actos de censura. Así multitud de libros para niños no son publicados, o dejan de circular en el mercado, o bien son rechazados por los padres, maestros o bibliotecarios por contener alguna palabra soez, por tratar un tema “urticante”, por no respetar cuidadosamente la figura de los padres, por contener algún contenido considerado negativo: la venganza, el engaño, la mentira, etc... etc... Por supuesto el pensamiento políticamente correcto opera claramente en este sentido.
La existencia de temas tabúes en la literatura para niños entre los que podemos nombrar el dolor, la muerte, la enfermedad, el sexo y la pobreza entre otros, ha llevado a muchos creadores, editores y mediadores a pensar en la necesidad de tratar dichos temas. De allí que la transgresión en algunos casos pareciera ser un valor en sí misma, y el progreso de los libros para niños aparece ligado al tratamiento de determinados contenidos, considerados como prohibidos o conflictivos en la literatura más convencional. El tratamiento de determinados temas es poner el foco en cuestiones extraliterarias e ignorar por lo tanto al libro como literatura, como objeto de arte. En palabras del autor David Wapner “El tabú mayor para la literatura para niños sigue siendo la literatura.”

La selección de textos y los prejuicios sobre las edades de los lectores
Una cuestión propia de los libros infantiles y juveniles son las representaciones adultas sobre aquello que se considera adecuado o no para niños, es el tema de las restricciones por rangos de edades.
La evidencia rotunda de que, en líneas generales no leen del mismo modo un niño de tres años, que uno de siete o de doce. Son posiciones que termina excluyendo a los lectores que se salen de los límites de lo sugerido en las recomendaciones paratextuales de los propios libros.
Las fórmulas que aparecen en tapas o contratapas para señalar los agrupamientos de edades sugeridas son variadas y en sus giros más o menos explícitos, en algunos casos buscan moderar cierta idea de control que podría desprenderse de una obediencia extrema a la propuesta de compartimentación etaria de los lectores.
La idea de que la niñez está fragmentada en una serie de etapas relacionadas con edades específicas proviene de una lectura rígida de las teorías cognoscitivas de Piaget sobre la evolución del conocimiento en la infancia.
Esto es adoptado y adaptado con variantes por algunas propuestas editoriales, mientras que otras prefieren prescindir de esta fragmentación ya que consideran que es limitante de las posibilidades y libertades lectoras.

Los niños realizan interpretaciones complejas y hacen asociaciones que superan las expectativas previstas por esas etapas. Perry Nodelman considera que se podría discutir si estas etapas no “son impuestas culturalmente”.

La selección de los textos y su importancia en la formación de los lectores
La selección de los textos es una de las cuestiones claves en relación con prácticas de lectura y escritura ligadas a la formación literaria de los lectores. En el contexto escolar la selección de los textos implica un propósito pedagógico. Cuando hablamos de “propósitos pedagógicos” no nos estamos refiriendo a aquellas prácticas de lectura literaria en las cuales el texto actúa como mero vehículo de transmisión de contenidos curriculares. Esa forma de “escolarización” de la literatura infantil es una de las tantas formas en las que el libro infantil ha sido desprovisto de su naturaleza artística y literaria.
Nos referimos a la intención pedagógica del maestro que elige un libro para leer literatura con sus alumnos, para afinar en un trabajo continuo la capacidad de los niños de descubrir los complejos mecanismos de significación puestos en juego por los textos literarios durante su lectura. Cuando se elige un texto para leer o dar de leer a los alumnos se tendrá en cuenta las posibilidades de lectura que ese texto puede brindar. Sabiendo que es imposible anticipar todas las posibilidades de lectura de un texto, que siempre habrá lecturas inesperadas, ingresos al libro que el mediador no había previsto. Sin embargo, es importante saber escuchar ese libro, imaginar cuáles son las lecturas que ese libro favorece, de qué modo ese libro en particular invita al lector en su tarea de construcción de los significados...
¿Qué está proponiendo ese libro? ¿Cuál es su retórica? En otras palabras, en la selección de un texto para una práctica de lectura literaria la mirada del mediador puede detenerse en los aspectos constructivos de la obra. Se indagaría también en cómo determinados sentidos surgen de la combinación de procedimientos literarios y artísticos en diálogo con todos los elementos que conforman el libro (texto, ilustraciones, edición, diagramación...).
Las situaciones sociales de lectura literaria, las conversaciones sobre libros tienen como necesario umbral a la selección. Es desde allí donde el oído del mediador comienza a trabajar.
En el capítulo “La elección del texto” del libro Dime, Aidan Chambers reflexiona sobre el acto de elegir como antesala de las conversaciones literarias:
“Antes de que podamos conversar sobre un libro necesitamos haberlo leído; antes de que podamos leerlo, necesitamos elegir un libro que leer. Y porque el libro que elijamos contendrá las potencialidades de nuestra conversación – temas a tratar, ideas, lenguaje e imagen, incitadores de la memoria, etcétera – su elección es una actividad de mucho valor. Aquellos que eligen están ejerciendo un poder”.
Esta última afirmación es muy interesante para reflexionar sobre cómo alejarse de posiciones extremas a la hora de elegir por otros y con otros; nos referimos al autoritarismo o a la demagogia. Es decir, al control absoluto por parte de las instituciones o mediadores adultos acerca de lo que se elige o su contrario también nocivo: la cesión total a los niños de las decisiones sobre el material de lectura sin ninguna intervención orientativa por parte del mediador. En ambas posturas se esquiva la responsabilidad de la transmisión de saberes que implica la selección, sobre todo en contextos de formación de lectores.
Sobre esta cuestión Chambers está a favor de la flexibilidad del mediador. Por eso propone:
“Ser tan abierto y honesto como se pueda. Confiar en la capacidad y disposición de los niños para valorar por qué la maestra piensa como lo hace. Esto provocará discusiones, en sí muy útiles, sobre las razones, de ellos y de la maestra, para aceptar o rechazar un libro y sobre cuántas de sus elecciones deben incluirse”.
Como ejemplo de la riqueza que deviene de una postura flexible, Chambers dice que a veces la inclusión de un libro elegido por los niños, permite mostrar la buena disposición de éste a respetar los gustos de los lectores infantiles. Puede suceder que el docente descubra que el libro es más interesante de lo que suponía o también que los propios niños adviertan que no todo libro que los entusiasma es valioso a la hora de discutir sobre él.

En el mismo capítulo Chambers comenta experiencias de prácticas concretas donde docentes seleccionan libros para otros colegas que recién se inician en la docencia. Lo hacen a partir de consignas disparadoras que proponen tener en cuenta para elegir algunos elementos constructivos de los textos (tales como los diversos modos de narrar, por ejemplo). Lo interesante, plantea el autor, no es tanto las listas de libros que se obtienen como resultado sino la discusión y reflexión suscitada durante el propio proceso que, por otra parte, sitúa a la selección como una tarea estrechamente vinculada con la práctica concreta.