Educación Primaria
viernes, 26 de enero de 2018
Psicologia - Malena Lede: Madres que aman demasiado
Psicologia - Malena Lede: Madres que aman demasiado: Todos los días la vida nos muestra la actitud que tienen algunas madres con sus hijos, con edades que se extienden más allá de la niñez y...
lunes, 6 de noviembre de 2017
18.
EDUCAR LA MIRADA
Reflexiones sobre una experiencia de producción
audiovisual y de formación docente
Inés Dussel
En esta presentación, quisiera proponerles una reflexión sobre un
proyecto de pedagogía audiovisual que desarrollamos en FLACSO/Argentina para
los docentes y alumnos de la Ciudad de Buenos Aires. El proyecto “Nuevos medios
para el tratamiento de la diversidad en
las escuelas” tuvo como ejes de acción la producción de materiales
audiovisuales y la gestación de espacios de formación sobre la discriminación.
Un equipo interdisciplinario de la
FLACSO elaboró una serie de ocho videos y guías de trabajo que abordan en
distintos niveles los problemas de la identidad y la diferencia culturales. La serie combinó
la preocupación por desarrollar herramientas intelectuales, disposiciones
estéticas y sensibilidades ético-políticas con la búsqueda de un lenguaje audiovisual novedoso.
Fue acompañada por diversas estrategias de difusión y formación,
incluyendo el desarrollo de una página en Internet, la organización de talleres
con docentes de escuelas primarias, secundarias e institutos de formación docente
(más de 2.000 docentes hasta el
momento), el trabajo con ONG que vinculan el arte y la acción comunitaria en
sectores marginados, y el contacto con
otras experiencias nacionales e internacionales que promueven medios similares.
Desde el año 2005, desarrollamos un curso virtual de posgrado para docentes
(“Identidades y pedagogía. Aportes de la
imagen para trabajar la diversidad en la escuela”), y un proyecto piloto en cuatro escuelas
secundarias de la ciudad de Buenos Aires
donde buscamos contribuir a replantear las culturas de gestión y el currículum
de las instituciones educativas. En el desarrollo de esas estrategias, el proyecto buscó aportar a la construcción de alianzas entre la
escuela pública, las ONG, las instituciones académicas y los medios de
comunicación en la formación de una ciudadanía más democrática y pluralista.[i]
La propuesta de hacer materiales audiovisuales para trabajar la diversidad y la discriminación en la
escuela se basó en tres supuestos teórico-pedagógicos:
–
En primer
lugar, que en nuestras sociedades crecientemente fragmentadas es necesario
intervenir sobre la formación ética y
ciudadana para contribuir a generar identidades sociales y prácticas políticas
y culturales inclusivas, democráticas y no discriminatorias (Quijada y Bernand
y otros, 2000; O’Donnell, 2002, entre
muchos otros).
–
En segundo
lugar, que esa formación no tiene solamente componentes
intelectuales-racionales sino que también se apoya en sensibilidades y
disposiciones éticas y estéticas, en cuya configuración desempeñan un papel
relevante los relatos y las imágenes que proveen los medios de comunicación de
masas (Buckingham, 2000, 2002).
–
En tercer
lugar, que por eso mismo la promoción de otra alfabetización mediática o
audiovisual constituye un aspecto fundamental
en la formación de una ciudadanía más igualitaria y con mayores
niveles de acceso y participación en la cultura y la esfera pública (Orozco Gómez, 2001).
En el contexto de una Argentina en crisis, con profundos niveles de
desigualdad y con una crisis política sin precedentes, buscamos desarrollar una
estrategia para reconstruir horizontes de igualdad en el sistema educativo,
interviniendo sobre la formación política y ética de niños y adolescentes a la
par que de los docentes. Cabe destacar que esta formación política y ética no
es concebida aisladamente; como señala Catherine Simon (2001), una buena
indagación moral no está separada de la formación intelectual. El lenguaje
audiovisual elegido para consolidar esta formación es igualmente importante
para quienes diseñamos el proyecto.
La serie se propuso contribuir a la alfabetización mediática de docentes y alumnos, enriqueciendo su
capacidad de leer de otros modos las imágenes, buscar otras relaciones con la
palabra, y trabajar sobre sus disposiciones y sensibilidades hacia las
estéticas y los contenidos del lenguaje audiovisual masivo.[ii]
En las páginas que siguen,
quisiera analizar algunos
de los supuestos con los que se pensó la relación entre imágenes y
palabras en el sistema educativo, y desplegar los supuestos políticos y pedagógicos de las acciones
del proyecto, para sumar más elementos
al debate de cómo se educa la mirada, con qué derecho, y con qué ética. En el
debate educativo actual, la propuesta de introducir nuevos lenguajes y tecnologías viene de la mano de visiones
de mercado, actualización modernizante, o democratización del acceso. Se escuchan pocas
voces que reclamen
pensar las formas de
transmisión y de producción de los saberes de otras maneras, que permitan dar
más herramientas para un trabajo intelectual más rico a los docentes y a los
alumnos, que pluralicen los contenidos, y que pongan a la escuela en un diálogo
más fructífero con la sociedad contemporánea.
1.
SOBRE
IMÁGENES Y PALABRAS, UNA VEZ MÁS
Convendría, en primer lugar, comenzar por poner en duda algo que parece
muy evidente. ¿Qué significa ver? ¿Qué es una imagen? Sin ánimo de responder
exhaustivamente a esta vieja pregunta filosófica, quisiéramos apelar a una
poesía corta de Manoel de Barros sobre las imágenes y las palabras:
El río que hacía una vuelta detrás de nuestra
casa era la imagen de un vidrio blando que hacía una vuelta detrás de casa.
Después pasó un hombre y dijo: esa vuelta que
hace el río por atrás de tu casa se llama ensenada.
No era ya la imagen de una culebra de vidrio que
hacía una vuelta detrás de casa.
Era una ensenada.
Me parece que el nombre empobreció la imagen.
(MANOEL DE BARROS,
2002, pág. 41)
Barros le da una vuelta poética a la vieja idea de que una imagen vale
más que mil palabras. Dice que la palabra empobreció a la imagen. No dice
cualquier imagen, no dice cualquier palabra. Dice que el lenguaje apresa algo
que es inapresable. Pero también parece decir, con ese “me parece”, que hay que
seguir peleando por otras palabras que enriquezcan la imagen y no la
empobrezcan. De hecho, lo dice con palabras. No se trata de oponer imágenes y
palabras, sino de buscar, aunque sea a tientas, modos de actualizar un vínculo
siempre elusivo (Didi-Huberman, 2003).
Una de las cuestiones importantes que se debe señalar es que las
imágenes, como dice la historiadora de arte Laura Malosetti, “no lo son sólo
las que percibimos con los ojos: hay imágenes mentales, sin cuerpo ni presencia
física. Y las hay también literarias, aquellas que crea nuestra mente a partir
de la palabra escrita, que no por ello son evanescentes o menos incisivas. Todo
lo contrario: las imágenes que crea la mente parecen ser las más persistentes y
poderosas. La imaginación es una de las armas más potentes que tenemos los
seres humanos para dar forma e imprimir cambios a nuestras vidas e incluso para
luchar y sobreponerse a las peores condiciones de existencia” (Malosetti, 2005, pág. 1).
En ese sentido, es importante destacar que “la imagen” no es un artefacto puramente visual, puramente icónico, ni
un fenómeno físico, sino que es la
práctica social material que produce una cierta imagen y que la inscribe en un
marco social particular. La pintura, el cine, la fotografía, la televisión, y
todos los otros géneros que podamos considerar “visuales”, siempre involucran a
otros sentidos, pero sobre todo involucran a
creadores y receptores, productores y consumidores, y ponen en juego una
serie de saberes y disposiciones que exceden en mucho a la imagen en cuestión.
Creemos que la cultura de la imagen,
porque provee géneros, modos, texturas, espesor, y
hasta sonidos, aporta significativamente a la imaginación que tenemos de la
sociedad y de la naturaleza.
Podemos mencionar tres breves ejemplos. Hoy el sufrimiento humano se nos
aparece con una cara o un rostro que vimos en alguna
fotografía o documental; al mismo tiempo,
estamos tan acostumbrados a ver imágenes de hambre, guerra o penurias
que ya difícilmente nos conmuevan (Sontag, 2003). Esto genera condiciones muy
complejas para la formación política y ética de los ciudadanos. Otro ejemplo
puede verse en los reality shows, que se hicieron tan populares en
los últimos años: ellos proveen modelos identificatorios, épicas y escenarios nuevos para la
imaginación del éxito social, para la narración de la propia vida y para las reglas de la vida común. Triunfar,
a veces a cualquier costo,
sobre la base de capacidades o argucias, instala un relato de superación
personal y social novedoso, que combina el
melodrama, la épica de salvación y hasta la intervención casi mágica de maneras
inusitadas (Brenton y Cohen, 2003).
El tercer ejemplo proviene de una investigación muy interesante
desarrollada por la socióloga francesa Dominique Pasquier, que releva la
recepción de una serie televisiva destinada
a adolescentes, Helène et les garçons,
que cuenta “edulcoradamente” las relaciones de una
joven con sus amigos (seguramente los lectores encontrarán referencias
similares en su país). Pasquier toma tres fuentes para su investigación:
observaciones de cómo miran la serie
las chicas, encuestas que ella administró, y las cartas de las seguidoras a los
protagonistas de la serie, que llegaron
a alcanzar las 1.000 diarias. En esas cartas, Pasquier identifica un lugar de
enunciación, un “yo”, formateado por las revistas femeninas adolescentes: son narraciones personales donde lo importante son los hobbies, el signo
astrológico, la ropa que usan, las cosas que “deben” gustarle a una chica “cool” y las que
no, los modelos masculinos valorados, entre otros aspectos, y donde
el lenguaje y las categorías con que se habla del “yo” son estandarizados y
homogéneos, provistos por estos medios de comunicación (Pasquier, 1999). Sin
duda, haría falta otro tipo de abordajes para indagar en sus efectos en la
subjetividad de las adolescentes; pero sobran evidencias, como las que muestra Carlos Monsiváis en este mismo volumen,
que los géneros masivos proveen más que una “cáscara” a las
formas de construcción de la identidad y a la producción de horizontes de
acción para los sujetos.
Esta proliferación de imágenes reabre viejos problemas éticos y políticos: ¿hay que tolerar todo? ¿Cómo
establecemos una noción común sobre lo bueno y lo justo? Y también, ¿alcanza
con ver para saber? ¿No hay que pensar en otras relaciones entre el ver y el saber?
Esto es particularmente importante para el sistema educativo, que tendió a pensar que ver es
igual a saber, y que por eso asumió una actitud de sospecha de la cultura
visual, sobre todo de la cultura visual de masas, a la que consideró desde
temprano una fuente de degeneración moral e intelectual de la población –y esto vale también para
aquellos educadores enrolados en la educación popular– (Goodwyn, 2004).[iii] Un educador
argentino de principios del siglo XX, Victor Mercante, constatando que la
mayoría de los espectadores de cine eran jóvenes de entre 12 y 25 años de edad,
se preguntaba horrorizado en 1925: “¿Quién abre un libro de Historia, de
Química o de Física, a no ser un adulto, después de una visión de Los piratas del mar o Lidia Gilmore de la Paramount?” (Mercante, 1925,
pág. 123). La mayoría de las películas eran, en aquella época, de cowboys y de
amor, cuyos héroes eran, para Mercante, “grandísimos salteadores y besuqueadores”. Todo eso llevaba a que los
jóvenes “sólo quieran gozar, gozar, gozar”; por eso, él sostenía que el cine
era una escuela de perversión criminal, y que había que organizar comités de
censura en todas las ciudades para que sólo se exhibieran películas “moralmente edificantes”.
La pregunta que se formuló Mercante es una inquietud muy lúcida sobre
las nuevas condiciones en que se ejerce la acción escolar desde el siglo XX, y
efectivamente plantea los desafíos que tenemos los educadores hoy para que los
niños y adolescentes se sientan convocados por la tarea intelectual que les
propone la escuela (el tan mentado “desinterés” es un síntoma de esto). Mercante
observó que el cine movilizaba algo de otro orden: pasiones, emociones, goces,
que la escuela parecía no movilizar de la misma manera. En vez de plantearse
integrar este desafío a la propuesta escolar, la respuesta de Mercante fue
expulsar el cine y los medios de la
escuela, una actitud cerrada, autoritaria y de corto plazo, porque a la larga
fue como querer tapar el sol con la mano. Los medios audiovisuales de
comunicación de masas no sólo no retrocedieron sino que avanzaron muchísimo más
allá de lo que asustaba a Mercante. Sin embargo, en América latina, y en otros lugares del planeta, hasta hace
poco el sistema educativo siguió haciendo de cuenta como si el siglo XX no
hubiera existido.
Además de repensar la relación entre la escuela y la cultura
audiovisual, es importante cuestionar las identidades que presuponía Mercante,
y su generación, sobre los niños y adolescentes a los que se dirigía la educación: en el
mejor de los casos, tablas rasas sobre los que se imprimiría la buena
educación, la civilización, y en el peor, sujetos potencialmente peligrosos a
los que había que controlar bien de cerca para que no degeneraran en
desviaciones (cf. Puiggrós, 1990, entre muchos otros). También es importante cuestionar la identidad que se
le confería a los docentes: casi policías, censores, vigilantes, celosos
custodios de un orden de conocimiento y moral encerrado en sí mismo y juzgado
superior a todo lo que sucedía fuera de la escuela.
Hoy ya nadie se atrevería a sostener la postura de Mercante (al menos,
no públicamente). Circulan discursos pedagógicos que proponen atender a la diversidad de alumnos que reciben las escuelas, que dicen no censurar la
cultura que cada uno trae y que promueven la tolerancia a las diferencias.
También encontramos prácticas que utilizan los medios de comunicación de masas (diarios, películas, televisión) en las aulas,
a los que consideran
recursos interesantes para enseñar lectoescritura, ciencias naturales o
ciencias sociales (Morduchowicz, 2001).
Sin embargo, el problema está lejos de estar resuelto. No sólo todavía
abundan herederos de Mercante entre los pedagogos, sino también hay que
preguntarse cuánto de lo nuevo realmente cuestiona las formas anteriores de
pensar la relación con uno mismo y con los otros, y cuánto se toma en serio que
vivimos en una cultura donde lo audiovisual desempeña un rol muy diferente al
que desempeñaba hace un siglo. En otras palabras, las imágenes
no deberían ser un recurso para enseñar lo mismo de siempre, sino que habría
que considerarlas un objeto y condición de nuestra existencia, artefactos que
nos atraviesan como personas y como ciudadanos, y que atraviesan y configuran nuestras
formas de saber. Son formas de representación de la
experiencia, son formas de conocimiento, y no puertas o ventanas que nos
conducen al verdadero conocimiento que proporciona la escritura.
En esta dirección, la preocupación por las imágenes
de sí y de los otros, por
la política y la pedagogía de la imagen, cobra
nueva importancia. La forma que tenemos de pensarnos a nosotros mismos,
y de pensar a los demás, se da en el marco de
estereotipos, formas, íconos,
que nos vienen
provistos por esta cultura en la que vivimos.
Negarla, hacer de cuenta que no existe,
no sirve, ni contribuye a que lo que transmitamos como educadores sea relevante y productivo para aquellos a quienes estamos
educando.
2.
FORMAR
DOCENTES PARA EDUCAR LA MIRADA: LA EXPERIENCIA DE “IGUALES PERO DIFERENTES” EN
LA ARGENTINA
Cuando nos propusimos realizar una serie de videos que van creciendo en
complejidad y profundidad en su abordaje de la identidad, la diferencia y la
discriminación, sabíamos que era una apuesta novedosa para las escuelas
argentinas, que generalmente usan como recurso casi exclusivo el libro de texto
y las fotocopias de otros materiales escritos (a pesar de que, según censos
escolares, la mayoría de las escuelas urbanas, aun las urbano-marginales, cuentan
con video-reproductoras en el establecimiento), y que, cuando usan
videos, lo hacen en formas muy convencionales y poco innovadoras de la
pedagogía tradicional. Cabe señalar que esos usos poco innovadores se vinculan
al hecho de que los videos educativos han sido también un punto ciego de la teoría y la práctica
pedagógica; su formato es por lo general
previsible, simplista y con una postura paternalista, que subestima a la audiencia
infantil y adolescente (Ellsworth, 1993).
Sugieren una política de lectura
unidireccional, unívoca, con poca
densidad de tramas y de lenguajes.
La producción de documentales audiovisuales también buscaba proponer
relaciones más abiertas y productivas entre educación y medios de comunicación
de masas. Creemos que prevalece una visión lineal, unidireccional, adversativa
y decontextualizada de los medios en el sistema educativo y en muchas críticas
pedagógicas de los medios de comunicación de masas, pero sería conveniente
moverse hacia una visión más compleja. El sentido que construyen los niños se
da en la interacción entre una audiencia y un texto audiovisual (Tobin, 2000).
Kinder (1999) señala que el desafío es tanto enseñar otra forma de ser
espectadores (lo que se llama la alfabetización mediática) como producir textos
audiovisuales que estimulen y desarrollen esa capacidad. No es sólo enseñar a
“leer” lo que existe de otras maneras, sino mostrar otros “textos”, otras
imágenes, otros objetos. Por eso nos pareció importante insistir en la
necesidad de trabajar para una “alfabetización audiovisual”: una enseñanza que
promueva otras lecturas (y escrituras) sobre la cultura que portan los medios.
Coincidimos con Orozco Gómez cuando dice que esta alfabetización “debería
aportar a los sujetos-audiencia criterios, no para apagar el televisor o
‘sacarle la vuelta’, sino para ser más selectivos en sus televidencias y para
explorarlas y explorarse a través de ellas, y así ‘darle la vuelta’. Debería
proporcionar una alfabetización al lenguaje de la imagen, que les permita ‘ver’
sus manipulaciones y estereotipos, ‘escuchar’ sus silencios, ‘notar’ sus
exclusiones, y en última instancia, ‘tomar distancia’ de la programación.
Debería educar su percepción de las formas y formatos televisivos, de sus
flujos y sus intentos de seducción.” (Orozco Gómez, 2001, pág. 103). Así, la
“educación de la mirada”, como una forma de repensar la formación política y
ética a través de toda la escuela, también tiene efectos para cómo pensamos la
cultura y la organización de la escuela, cómo pensamos su relación con la
cultura contemporánea, con la pluralidad de voces y de modos de representación
que tienen las sociedades.
En el caso de nuestro proyecto, nos propusimos realizar medios
audiovisuales que promovieran otras capacidades de lectura y de escritura o producción autónoma de los
medios, tanto en los docentes como en
los niños y adolescentes. Creemos que esta interacción de medios novedosos y
audiencias más críticas puede producir mejores resultados en términos de las herramientas intelectuales y las posiciones políticas y éticas que sería
deseable que estén presentes en la escuela.
Relataremos un ejemplo. En el tercer episodio de la serie, nos
propusimos discutir la cuestión de la representación visual, de cómo pensamos y
mostramos a “los otros”, partiendo del supuesto de que en estas formas de
representación se ponen en juego los prejuicios, los estereotipos, los
estigmas, es decir, las formas de exclusión institucionalizadas. Elegimos
contar un relato en dos niveles: por un
lado, lo que aporta un historiador de la fotografía sobre cómo se fotografió a
algunos grupos históricamente excluidos en la Argentina; por otro, se
entrevistó a algunos miembros de grupos históricamente excluidos (selección que
fue arbitraria, dado que habría muchos otros grupos de los que hablar), que
contaron su experiencia actual de exclusión y discriminación. Nos interesó
contraponer la reflexión sobre un género de representación visual (la
fotografía) con la reflexión sobre la situación política y social de ciertos
grupos en la actualidad, y mostrar algunos puntos de contacto entre estas
formas de representación (el exotismo, la folklorización, la “naturalización”,
la invisibilidad) con sus condiciones actuales. En la guía para docentes que acompaña
al video, dijimos:
Nos interesa acercarnos a un
lenguaje singular, el de la fotografía y más en general el de las imágenes, que
son centrales en el mundo actual. Los chicos y adolescentes pasan muchas veces
más tiempo viendo televisión que en la escuela. Todos sabemos el peso que tienen
los medios de comunicación de masas y la cultura audiovisual en generar sentimientos, ideas y
acciones, aunque muchas veces esos sentimientos, ideas y acciones no sean
tamizados por la reflexión meditada. Sabemos que la cultura audiovisual actual,
cada vez más acelerada y diversificada, busca impactar rápido y fuerte, y durar hasta el próximo impacto. Muchos
analistas coinciden en que eso genera condiciones débiles para nuestras
democracias y para la vida en común, que necesita de otros tiempos y
argumentaciones para hacerle lugar a todos, sobre todo a quienes tienen menos
fuerza para elaborar esos argumentos contundentes. En el caso de la discriminación,
es necesario poder detenernos sobre esas imágenes y cuestionarnos sobre qué y
cómo muestran a “los otros”, y a “nosotros”,
qué ideas de la diferencia portan, a
qué emociones apelan y qué acciones están induciendo. Creemos que es necesario
educarnos, y educar a nuestros
alumnos, en el análisis de estas imágenes, en la identificación
de los modos y formas de representación que articulan, y en cómo reproducen o desafían estereotipos y prejuicios.
Por otro lado, junto con la producción audiovisual, comenzamos a
desarrollar experiencias de formación docente. Desde el comienzo, sabíamos que
no alcanzaba con producir materiales documentales de otro tenor, con otro
contenido y otras estéticas. El problema
central es cómo se educa la mirada, cómo se producen otras políticas y otras
pedagogías de la imagen, para poder intersectar, o poner a discusión, los usos
actuales de la imagen y la formación
política que promueven. Por eso, la formación docente nos pareció un paso
necesario para promover otro uso de las imágenes.
Una de las primeras cuestiones que aprendimos trabajando en la formación docente
es que no debe suponerse que las imágenes inmediatamente producen el
efecto buscado. El libro de Susan Sontag, Ante el dolor de los demás
(2003), sobre el cual volveremos más adelante, y los trabajos
de muchos críticos culturales, señalan que entre ver y saber hay una distancia
importante, una desproporción, que debe atenderse. El historiador y crítico Georges Didi-Huberman plantea que “para
saber, hay que imaginarse” (Didi-Huberman, 2003, pág. 17), y esta imaginación no es el acto de libre asociación sino el de
darse un tiempo de trabajo con las imágenes. Para Didi-Huberman, hay que
actualizar los puntos de contacto
entre la imagen
y el conocimiento, porque no podemos ver lo que no sabemos. Hay que
preparar y trabajar la lectura, atento a lo que de la imagen queda por fuera de las palabras,
pero también preocupado por dotar de sentido e inscribir en relatos políticos y
éticos a la imagen. Esto implica poner en juego conocimientos curriculares,
pero también una educación de la sensibilidad que quedó por fuera de la
pedagogía tradicional, excesivamente preocupada por los contenidos intelectuales- racionalistas.
En segundo lugar, como señalamos anteriormente, hay que recordar que “la
imagen” no es un artefacto puramente visual o icónico, sino que es una práctica
social material que produce una cierta imagen y que la inscribe en un
marco social particular, y que involucra a creadores y receptores, productores
y consumidores, poniendo en juego una serie de saberes y disposiciones que exceden en mucho a la imagen en cuestión. Explicitarlo y trabajarlo
es un aspecto fundamental para “educar la mirada”. Y no se trata sólo de la consabida “crítica
ideológica” que sigue a las típicas preguntas de quién produjo esta imagen y
para qué; importa, más bien, ayudar a pensar en la especificidad de ese
lenguaje, en la historia y la sociología de esa técnica
o de esa actividad, en la
construcción de estereotipos visuales, en las emociones que se activan con la
imagen, en los saberes y lenguajes que se convocan en el acto de ver.
En tercer lugar, hay que reconocer, e incorporar a la propuesta escolar
las consecuencias de este reconocimiento, que la cultura de la imagen aporta
mucho a las identidades y los conocimientos
de este tiempo, porque, como señalamos anteriormente, provee de géneros, modos,
texturas, espesor, y hasta sonidos, a
la imaginación que tenemos de la sociedad y de la naturaleza. Eso implica pensar de otros modos la
experiencia escolar, incorporarle una dimensión y una complejidad que no
siempre se reconoce.
Un elemento importante es pensar qué se hace con las emociones que
despiertan las imágenes; como lo señala Sontag
(2003), es allí donde se juega la posibilidad de la reflexión ética y política, y es allí donde el trabajo
educativo debería ser más sostenido, más denso y más complejo. Parece que se
hubiera olvidado de que la relación con otros se apoya también en sensibilidades
y disposiciones éticas y estéticas, en dejarse conmover, en poder escuchar otras
historias y en ser capaces de pensar y contar nuestras historias. También en
poder juntar estas historias
con otros saberes, en cruzar lo singular con lo universal, en poder
pensar reglas más complejas y más interesantes para los desafíos que nos
presenta la vida en común.
La experiencia desarrollada en el proyecto es muy variada, y estamos aún
sistematizando lo que fuimos viendo y aprendiendo, y los efectos que van produciendo. Creemos
que el trabajo con imágenes que venimos desarrollando permite intervenir en
varias dimensiones al mismo tiempo: las relaciones con la cultura contemporánea,
la visión del conocimiento y del saber, las relaciones con los otros y la
propia identidad, las perspectivas políticas
y éticas más generales. Al mismo tiempo, también permite poner a discusión cómo se enseñan algunas herramientas intelectuales y disposiciones
éticas y sensibilidades, evidenciando la necesidad de que en la escuela se organice un tiempo de
trabajo más detenido, más rico intelectualmente, más denso culturalmente. Eso
implica, sin dudas, repensar la gramática escolar, sus formas más “duras” de
organizar el tiempo y el espacio, de clasificar a los alumnos y los saberes (cf. Tyack y
Cuban, 1995), para hacerle lugar a configuraciones más abiertas, más
pluralistas, que permitan una relación más activa con el saber y vínculos más
productivos y democráticos con la sociedad y las familias.
3.
A MODO DE
CIERRE: SOBRE LA JUSTICIA DE LA REPRESENTACIÓN Y LA RESPONSABILIDAD DE LA MIRADA
A lo largo de este texto, hicimos referencia al trabajo con las imágenes
en relación con la formación política y ética de docentes y alumnos. Para
concluir, nos gustaría destacar que ese trabajo debería estar guiado, y
atravesado, por una discusión permanente y continua sobre la justicia de la
representación. ¿Qué es una “mirada
justa”? ¿En qué medida las formas de representación hacen justicia a la
experiencia de los otros? ¿En qué medida pueden contribuir a generar más justicia?
Es pertinente, ya que hablamos de imágenes, pensar en la imagen de
justicia que tenemos habitualmente. Cuenta el historiador de la cultura Martín
Jay, en un trabajo muy sugerente sobre las imágenes de la justicia, que ésta
fue representada por los romanos como una dama que veía, con una balanza en una
mano y una espada en la otra, planteando al mismo tiempo la posibilidad de equilibrar las partes, o de ser ecuánime, con la capacidad de acción, con la fuerza.
En la Alta Edad Media,
aparecieron algunas imágenes de mujeres con ojos tapados,
pero estaban lejos de ser la imagen de la justicia;
por el contrario, eran imágenes antisemitas, que representaban a los judíos
como quienes tienen los ojos tapados
a la revelación de la luz, de la verdad divina. La imagen contemporánea de la justicia,
con la balanza y los ojos vendados, es heredera
de la reforma protestante y de su combate
contra “los sentidos”: la ceguera
surge así como la posibilidad de ser neutrales e imparciales, de no dejarse
tentar por las debilidades de la carne, y de no perderse
en el mundo. Pero parece que eso se hubiera logrado a costa de invalidar una parte de la humanidad, de dejar de lado la
sensibilidad, de no ver el rostro de los otros. Jay se pregunta si no sería deseable
pensar en una justicia bifronte, con una parte vendada y otra abierta al mundo,
con una afirmación de la igualdad ante la ley pero también una consideración de
la singularidad y la particularidad de cada ser humano (Jay, 1999). He aquí un
ejemplo fascinante del poder “educador” de las imágenes, de su capacidad de
plantear discusiones significativas para la vida en común. Las imágenes de la
justicia constituyen un puntapié interesante para poner a debate la justicia
de nuestros actos,
y la justicia de la representación.
Pensar en la justicia de la representación implica tener siempre
presente la ética y la política de la imagen, y también de la pedagogía. ¿Para
qué trabajar con imágenes? Ésta es otra pregunta fundamental que buscamos dejar
planteada. En el libro
que ya citamos, Susan Sontag habla sobre las fotografías de guerra, y
usa este ejemplo para plantear los dilemas sobre qué hacemos frente al dolor de
los demás (Sontag, 2003). ¿Para qué hablar de discriminación? ¿Para qué mostrar
el dolor de los demás?
¿Buscamos la compasión, la piedad, o algún otro tipo de acción?
Más aún, en este mundo tan saturado de imágenes, cada una más impactante que
otra, ¿cómo evitar que se banalice el dolor?
¿Cómo evitar el morbo que acompaña a estas visiones? ¿Cómo sentirnos
tocados cuando vemos a alguien con hambre, a alguien herido, a alguien
desamparado, si las imágenes rápidamente le
dan paso a la siguiente noticia impactante y no podemos hacer nada? ¿Cómo
volver a conmovernos?
La reflexión de Sontag es casi un tratado moral sobre nuestra relación
con los otros, y sobre todo con los otros que sufren. Los discriminados, los
excluidos, son personas que sufren. ¿Podemos ver ese dolor? Sontag dice que la
saturación de imágenes impactantes sin un curso de acción nos produce una
especie de anestesia, de apatía, pero que ese sentimiento no es nada “frío”
sino que es muy “caliente”, está lleno
de frustración y de conmoción. Por eso ella insiste en trabajar en tres
niveles: el del conocimiento (entender por qué sucedió lo que sucedió, ponerle
nombre, identificar responsabilidades), el de la emoción (poder sentirnos
conmovidos por la imagen, sentir que hay un plano humano que universaliza ese dolor y lo hace también propio,
aunque sea de otro y nunca lleguemos del todo a
saber qué siente el otro), y el de la
acción (la posibilidad de hacer algo para repararlo). Volver a conmovernos, y a reflexionar y actuar sobre
esa base: hay aquí algunas pautas importantes para el trabajo
pedagógico.
“Mirar el dolor de los demás”, como dice Sontag, hacerle un lugar, no es
fácil ni está exento de aristas conflictivas. Seguramente aparecerán posiciones
polémicas, algunas provocadoras, otras apáticas. Pero creemos que es necesario
acercarse también a la discriminación
desde este plano, que nos involucra personal
y colectivamente. Es más cómodo identificar las causas sociales y
económicas de la pobreza o de los prejuicios, que pensar en qué estamos
haciendo, cada uno desde su lugar, para modificar una situación que nos parece
injusta. Cuando aparece el dolor, preferimos no mirarlo, decir que es un
engaño, o bien tener una lectura compasiva o piadosa que muchas veces encubre
el desprecio por el otro. Pensar al otro como víctima, sin darle ninguna posibilidad
de que sea un igual a nosotros, con los mismos derechos y capacidades, también reinstituye la
discriminación. Algunos prefieren culpabilizar, criminalizar, extirpar –si es
posible totalmente– al otro que evidencia ese
dolor.
Creemos que es en este plano donde hay que intervenir, introduciendo
preguntas éticas y políticas sobre la discriminación, enmarcándola en
cuestiones de justicia, de derechos, de igualdad y de libertad de las personas. Las imágenes
tienen una enorme potencialidad en esta vía si sabemos trabajarlas desde el
conocimiento, la emoción y la acción, para renovar el compromiso ético y
político con una sociedad más democrática y más justa, y también más plural,
que valore el aporte original que cada uno quiera hacerle.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
Barros,
Manoel de: “Didáctica de la invención”, en Todo
lo que no invento es falso. Antología, Málaga, Maremoto, 2002, traducido del portugués por Jorge Larrosa.
Bauman, Z.: La modernidad líquida, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2002.
Brenton, S. y
Cohen, R.: Shooting
People. Adventures in Reality TV, Londres,
Verso, 2003.
Buckingham, D.: The Making of Citizens.
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[i] . El proyecto contó
con el apoyo de la Fundación Ford. Puede encontrarse más información en: http://www.flacso.org.ar/educacion/iguales
[ii] La importancia de esta alfabetización mediática no
debe ser subestimada. Diferentes estudios muestran que los niños –considerando que
en algunos países, la categoría de niño corresponde a los menores de 12 años, en
otros, como la Argentina, corresponde a la de menores de 13 y en otros, por
ejemplo Inglaterra o Alemania corresponde a menores de 18 años– pasan entre 4 y
6 horas por día frente a la TV (COMFER, 2000). Los menores a quienes nuestro ciclo
documental está orientado habrán recibido, cuando terminen la escuela primaria,
unas 11.000 horas de
formación escolar, mientras
que han pasado
en promedio
15.000 horas frente
a la pantalla televisiva (véase Debón, 2001).
[iii] Esto, por otro lado,
se vincula a una relación de “extrañeza” y ajenidad de los educadores con respecto a las
tecnologías del siglo XX. Véase Cuban, 1986.
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